
Ayer fui de rebajas. Yo no compro nada, sólo observo en plan antropólogo que está haciendo un documental para National Geographic. Estoy atento a loque impulsa a la gente a comprar esto o aquello. ¿Por qué? No lo sé, quizás porque simplemente estoy desequilibrado y nadie se ha dado cuenta… hasta ahora. Y en estas estaba cuando presencié una escena muy ilustrativa de las diferencias entre hombres y mujeres. Allí estaba aquella pareja, de unos treinta y pico, ella intentándo comprarle una chaqueta a él, él deseando irse de la tienda:
-¡Mira que chaqueta más bonita! -le dice ella.
-Es gris -le responde él sin mucho entusiasmo.
-Sí, pero mira que raya diplomática más elegante.
-Es gris.
-Sí, es marengo, y es preciosa, pruébatela.
-Ya tengo una chaqueta gris.
-Marengo no, y con raya diplomática tampoco.
-Es igual a la que tengo en casa.
-No lo es -le dice ella ya un tanto exasperada por el incomprensible arrebato de rebeldía estilística de él, ¡cómo se atreve a querer comprarse algo a su gusto!-, la tuya es de un gris más claro y la raya es gris, y esta raya es blanca.
-Yo quiero algo más…
-¿Más qué? –le corta ella en plan “ay, que vamos a tener las vacaciones como me lleves la contraria”.
-Algo más diferente.
Ella lo mira muy seria, levanta la barbilla, le tiende la chaqueta y le dice con una dulzura que no era previsible:
-Anda, pruébate esta por mí. Ahora buscamos algo… diferente.
Cuando él se mete en el probador ella se vuelve al dependiente y le dice en plan satisfecho:
-¡Diferente! Si lo dejara vestirse sólo terminaría como un clon de José Corbacho.
-¿El ministro? -le pregunta extrañado el dependiente, y en ese punto disimulo una carcajada fingiendo un acceso de tos y me afano en las etiquetas para que no se den cuenta que simplemente los estoy observando.
-No, hombre -dice ella-, ese de las chaquetas raras, el de Homo Zaping.
Estoy seguro que aquel pobre hombre tiene ahora en su armario otra bonita chaqueta gris marengo con raya diplomática.
Si por casualidad estás leyendo, querido amigo con el que simpatizo en extremo, déjame que te diga algo: INTERNET. No salgas a comprar con tu mujer ya que de consumidor pasas a ser simplemente un maniquí. Te aconsejo que explores las posibilidades de las boutiques on-line, y para cuando te llegue el pedido a casa y ella lo descubra ya no habrá vuelta atrás. Tú tendrás tu chaqueta diferente y ella no tendrá otra que aceptar que eres un ser independiente con gustos propios [aunque ya buscará la forma de estropearte la chaqueta de algún modo para que no puedas ponértela y así ser ella la que ría la última].
Echa un vistazo a Social Suicide (ya el nombre lo dice todo), la firma de chaquetas camisas y pantalones que hace unos cinco años montaron dos británicos locos, Matt Grey y Simon Waterfall. Social Suicide busca esa vuelta de tuerca en la ropa masculina que nos saque del aburrimiento. Sastrería clásica pero con motivos singulares ya sea en bordados, estampados, tejidos y otros detalles. Adiós a la monotonía. En una de las chaquetas avisa de que vas armado (pero no dice de qué arma se trata), en otra simula que llevas un bolso de Vuitton colgado (ahí están en un terreno pantanoso, Vuitton puede denunciarlos por usar sus monogramas), otra parece mancillada por brochazos, en otras llevas la efigie de la Reina de Inglaterra en la espalda, etc…
Además tienen servicio de bespoke, pero no pienses que se trata de hacerte el traje a medida, no. Es un servicio que se llama Tat2 Suits por el que fotografían tus tatuajes y los replican en tu traje. Ahí ya puedes pasarte un poco de presupuesto ya que el precio parte de 3,600 libras, pero los modelos de colección rondan de las 400 a las 500 libras (de 466 a 583 euros).
Social Suicide es una firma del siglo XXI y aprovechan Internet 100% para hacer su negocio (Twitter, FaceBook, MySpace, YouTube). Además estamos en rebajas y su filosofía ahora mismo es “The hotter the day, the less you pay“, es decir que te hacen un descuento equivalente a los grados en Celsius que haga en Londres en el momento de la compra.
