Juan Marsé
Sbado, 29 Noviembre 2008Pocas veces el premio Cervantes encontró como este año un destinatario tan pertinente: Juan Marsé es sin ninguna duda uno de los mejores prosistas vivos de este país, y su ya abundante obra ha trasmitido una visión genuina del devenir barcelonés, catalán, de la posguerra y de la dictadura más que cualquier otro retrato. Alguna de sus novelas es cumbre de la narrativa española del pasado siglo, y el propio autor representa la integridad de toda una vida dedicada al esfuerzo artístico, a la superación literaria. Pero estas líneas no versan de literatura sino de política, y es evidente que en el premio otorgado por el Gobierno español a Marsé, un progresista que conoció el exilio y que mantiene una visión muy crítica de la política actual, hay también elementos ideológicos y políticos.
Porque lo quiera o no el propio galardonado, Marsé es ontológicamente el mejor escritor catalán que escribe en castellano. Esta afirmación evidente ha sido sin embargo cuidadosamente orillada por el propio narrador, quien ha mantenido un proselitismo constante contra la utilización del lenguaje como arma política o como bandera nacionalista (o antinacionalista, que para el caso es lo mismo). “La lengua es sólo un vehículo para contar una historia”, ha dicho reiteradamente, en lo que constituye una verdad a medias. Porque si el axioma es cierto, también lo es que la lengua constituye la materia genital de una cultura, el compendio de la expresividad , la fuente más cabal de la afectividad y de la dialéctica.
En cierta manera –y conviene precisarlo precisamente ahora, con el galardón en caliente- restar importancia al “vehículo”, a la lengua, para dársela a la historia que con ella se cuenta es una tergiversación de la realidad. La lengua es, en muchos casos, el verdadero soporte del estilo, el inseparable esqueleto de la ficción. Y utilizar en Cataluña el catalán o el castellano no es un hecho gratuito que acaezca por azar: representa una opción.
Dicho esto, lo deseable no es desactivar la disyuntiva sino formularla de la manera adecuada. Porque las dos lenguas de Cataluña habrán alcanzado una fecunda convivencia cuando Marsé no sea interrogado sobre la causa de su elección, el castellano en su caso, y cuando ya no haya que debatir inflamadamente si las novelas de autores catalanes en castellano pertenecen o no a la cultura catalana. Como es conocido, los escritores catalanes que escriben en castellano no fueron invitados a la Feria de Franckfort dedicada a la literatura catalana, y aunque hubo críticas aisladas a semejante dislate, la política del Principado, presa en su absurda complacencia nacionalista, no se conmocionó por esta causa. Ni siquiera los catalanistas no nacionalistas consideraron intolerable aquella discriminacaión.
En definitiva, el hecho de que todavía haya que hablar de este asunto porque Marsé es despreciado (sic) por el catalanismo más radical (cuando ha hecho más que nadie para difundir una imagen viva, entrañable y admirable de Cataluña) demuestra a las claras que la lengua no es sólo un vehículo ni un artefacto pasivo ni una herramienta inanimada. Que el sectarismo nacionalista sigue haciendo presa en las zonas más sensibles de la cultura; que queda mucho trecho por recorrer hasta que las lenguas convivan de forma tan pacífica como las personas; hasta que el provincianismo remita y se rescaten y entronicen los grandes valores del internacionalismo y la globalización, que son el futuro.