Xenofobia
Era un riesgo cierto: la vieja Europa, infiltrada durante los últimos años por un flujo vitalizante de inmigración joven, podía alimentar reacciones xenófobas auspiciadas por la crisis económica. Cuando la oferta de trabajo es escasa y los recursos insuficientes, la tentación de excluir a los recién llegados es poderosa.
En Francia, Sarkozy ha intentado demagógicamente paliar el malestar social producido por la recesión, que ha minado su imagen, mediante la expulsión de los gitanos. Y una democracia tan consolidada, generosa y cosmopolita como la sueca acaba de entronizar en su parlamento a la extrema derecha xenófoba, que ha obtenido más del 5% de los votos y veinte escaños. Nada menos.
En España, donde el desempleo ha alcanzado cotas insoportables, hemos resistido sin embargo a esta tendencia introspectiva y egoísta. La convivencia no se ha resentido de momento. Y hemos de vigilar con cautela que no asome, también aquí, el fantasma de la exclusión. Por eso es tan peligroso que en Cataluña algunos jueguen con fuego.