Historias del ‘club de los cinco’
Martes, 11 Diciembre 2012
Los cinco goles que Falcao marcó de una tacada al Depor han dejado boquiabierto a casi todo el mundo, menos al viejo zorro de John Benjamin Toshack. Él también vivió in situ una gesta similar en el año de la despedida del mítico Bebeto, precisamente de Coruña. Sucedió a finales de 1995, cuando el galés cogió el testigo del inolvidable Arsenio Iglesias. Entonces, el Deportivo no era el equipo de hoy, preocupado por sobrevivir en Primera para que las deudas no le devoren; no, aquel era el Superdepor que había entusiasmado al país, levantado una Copa y estuvo a punto de ganarle al Barça una Liga de no haber sido por el penalti más maldito del fútbol contemporáneo. Y Bebeto, que había hecho méritos suficientes para mejorar su salario en un grande de Europa, no escatimó en esfuerzos; en la jornada 5 el Albacete visitó Riazor y Toshack, en rueda de prensa, sólo necesitó una comparación para resumir el partido: “Mi Madrid marcó 107 goles y ví varios hat tricks de Hugo Sánchez, pero nunca, nunca, nunca vi a nadie hacer cinco goles casi en un ratillo”. Sí, a falta de ocho minutos su equipo iba ganado al Alba por la mínima y en un pispás Bebeto hizo el segundo, el tercero, el cuarto y el del redondeo. Todavía faltaba la prolongación, pero el árbitro Fernández Marín no se atrevió a añadir ni siquiera unos segundos por respeto al Albacete y miedo a que Bebeto reventara cualquier récord imaginable.
Al entrenador del Albacete, Benito Floro, le tocó el marrón de dar alguna explicación creíble, si es que la había, pero no la encontró: “¿Qué se puede decir cuando un mismo jugador te hace casi un gol por minuto?”. Y dijo “casi” porque tan sólo transcurrieron siete minutos desde el segundo hasta el quinto gol. Al final de la temporada, Toshack, que no iba a continuar, comentó en plan socarrón que “cómo coño era posible que la afición de Riazo hubiese silbado a su equipo cuando tenían delante de sus narices a un tío que había metido cinco en un partido; le había hecho un hat trick al Madrid y se había despedido con otros dos goles al Barcelona”. Con el tiempo, la prensa coruñesa se daría cuenta que vivieron un año sin títulos (bueno, sí, la Supercopa) pero con acontecimientos casi irrepetibles.
Fernando Morientes también entró en el emblemático ‘club de los cinco’ en un día tonto para Las Palmas. A principios de febrero de 2002 el Madrid de Zidane y Figo se presentaba en el Bernabeu con demasiadas dudas y una crisis severa de resultados (cuatro partidos consecutivos sin ganar). Aquella tarde no estaba Raúl y en la previa se había rumoreado que el canterano Portillo, el último invento de la factoría de La Castellana, podía ser titular en detrimento del criticado Morientes. Finalmente, Del Bosque tiró de lógica y se decidió por el ‘Moro’. Y así fue cayendo un gol tras otro: centro milimétrico de Figo, remate del delantero y 1-0…otro pase de Figo, testarazo de Morientes y van dos…así hasta 5 goles con tres asistencias del portugués. Sin embargo, la tarde aún pudo ser más histórica: Santi Solari cedió al gran protagonista el honor de lanzar el penalti que podía encumbrarle como el máximo goleador merengue en un solo partido…¡de toda la historia! Atenazado por los nervios y sintiéndose observado por todo el Bernabeu, Morientes tan sólo se preocupó por dirigir su disparo entre los tres palos. El portero de Las Palmas, Nacho González, se tiró a un lado, casualmente por dónde venía lentamente el balón, y el madridista se quedó con la miel en los labios.
Pero si los cinco goles de Bebeto sobreexcitaron a la ciudad durante mucho tiempo, en el Bernabeu el único agradecimiento que recibió Morientes se lo hizo el árbitro del partido Turienzo Álvarez. “¡Te lo has ganado, felicidades!”, le dijo Turienzo, haciéndole entrega a continuación del balón de ese Real Madrid 7- Las Palmas 0. Los blancos recuperaron el liderato de la Liga, pero Morientes dejó el titular que describía su estado de ánimo: “Seguramente, después de esto también estaré cuestionado”. Era el cabreo de un goleador al que la prensa había puesto a parir por no golear.