El Barça de Foreman…el Barça de Ali
Martes, 9 Junio 2015George Foreman fue invitado por el ex presidente del Barcelona, José Luis Núñez, al palco del Camp Nou en un derbi catalán de noviembre de 1992. El club había garantizado al ‘Gran George’ un espectáculo parecido a sus combates en el MGM de Las Vegas: nada más y nada menos que presenciar en formato televisión al Dream Team de Cruyff en su momento más sublime. El Barça goleó al Espanyol por 5-0 en su enésima versión del Circo del Sol, protagonizada desde el lanzador Ronald Koeman hasta el trapecista Hristo Stoitchkov y con actuaciones estelares de un malabarista llamado Pep Guardiola y la infinita creatividad del funambulista Michael Laudrup. Justo antes de abandonar el estadio, a Foreman le preguntaron si ese soccer que había aplaudido desde su butaca se asemejaba más al del ‘Bombardero de Tejas’ (es decir, el suyo) o a la técnica acuñada por Cassius Clay de flota como una mariposa y pica como una abeja. La respuesta del legendario boxeador no fue tan contundente como sus directos: “cualquiera vale porque sólo jugaba un equipo”.
Gerard Piqué escupió en Berlín una palabra prohibida en el vademécum de La Masía: el regusto por el CONTRAATAQUE. El Barça descubrió en la final su génesis del triplete: la estética del billar en el primer gol a la Juve y la contra escurridiza para la anestesia total. Odiando las comparaciones, Guardiola murió en la noche del Chelsea sin traicionar sus principios: toque, retoque y sobar el balón hasta desgastar su cuero. Casi siempre le valió, casi. Había un plan incomparable, el problema fue que carecía de plan B. Al Barça de este Messi (la figura de Luis Enrique ni se asoma) nunca se le catalogará en la colección ‘davinciana’. Ahí Cruyff y Pep acaparan la estantería. El flamante tricampeón es una reminiscencia del gran Pep, pero dotado de una cuchilla tan afilada como el Madrid de Mourinho. Tiqui-taca y pim, pam, pum agitados en una coctelera. El resultado es un elixir made in Barça. Y como sucede con el secreto de la Coca Cola, el fútbol necesitará tiempo para reencontrar un equipo que haya arrasado como Atila. Lo acabó haciendo en una Liga regalada por el Real Madrid y en la Champions aniquilando a los campeones de las grandes Ligas.
Xavi Hernández confesó en una entrevista en El País Semanal de diciembre que “el pasado había que olvidarlo”. Fue su respuesta a las sospechas ensordecedoras sobre Luis Enrique. Su caducidad se iba a precipitar tanto como la del Tata Martino porque ni los resultados eran explosivos, ni la sintonía con el vestuario tenía el buen rollo de Ancelotti, Mister Carletto en los círculos privados de los futbolistas merengues. La bronca de Navidades entre Leo Messi y su técnico descompuso a la plantilla, incluidos todos los familiares que escucharon el reguero de insultos que ambos se cruzaron. Los ecos de la bronca y el Madrid de las 22 victorias intuían un futuro inmediato apocalíptico: un segundo año en blanco (con todo el retintín del mundo) habría devuelto al club a la época de los horrores de Gaspart. Fue entonces cuando Luis Enrique supo abrirse a su psicólogo de cabecera y escuchar al mismo vestuario que había intentado dirigir con mano de hierro o, más bien, de chatarra. Es decir, que Messi necesitaba cariño o, al menos, la paz de los hippies: centrarse en su mundo de la pelota sin nadie que le taladrase con órdenes incómodas. Y si al mejor jugador del mundo le apetece hace diabluras, todo lo demás puede esperar. Absolutamente todo.