Kaká y el síndrome del regate
Lunes, 2 Septiembre 2013
“El Madrid ya tiene a su cerebro para los próximos cinco años”. No fue el sueño de una noche de verano, sino el convencimiento de un directivo del club, cuya reflexión en el día que Kaká disfrutó de una presentación interplanetaria era unánime en la planta noble del Bernabeu. Florentino había trazado su hoja de ruta: Cristiano acapararía el star system y Kaká sería el chip prodigiosos de un equipo construido para empezar una dinastía, aparte de vender camisetas y enriquecer al club con patrocinios a diestro y siniestro. El brasileño también había nacido para jugar en el Real Madrid, sólo que su mente nunca entendió qué demonios significaba el dichoso latiguillo de ‘postureo’ del presidente. Y como les sucede a todos esos monstruos que llegan a un club y les cuesta coger el tranquillo, el caso de Kaká requería paciencia….para marcar goles, darlos, inventar cabalgadas como la que asombró a Old Trafford y, en definitiva, poner patas arriba al Bernabeu. Las primeras alarmas se encendieron a los pocos partidos, cuando los resúmenes de televisión todavía no habían captado las mejores jugadas del Balón de Oro, exceptuando un golazo fuera del área al Atlético en un derbi del Calderón.
Salvando las distancias, que a la postre nunca existieron, Kaká sufrió el mismo ‘síndrome del regate’ que padeció Steve Mcmanaman. El extremo del Liverpool llegó gratis al Madrid con un buen saco de vídeos en el zurrón sobre sus espectaculares correcalles por la banda; uno, dos, tres y hasta cuatro peones era capaz de esquivar Macca en Anfield. Eso gustó tanto a Lorenzo Sanz, que no dudó en ponerle un sueldo estratosférico de 800 millones de pesetas limpios para hacer olvidar a Míchel, el último gran extremo natural de Chamartín. Pero Mcmanaman empezó a ver fantasmas en su debut en casa: el rival, el recién ascendido Numancia, regates y subidas totales por la banda: cero. Empezó a sonar el runrún de que el inglés no era el mismo, de que se la había olvidado regatear. Quizá ese miedo escénico que describió Valdano tenga carácter retroactivo para ciertos jugadores del Madrid y Kaká, por asombro que parezca, también se ha contagiado. Su caso es para estudiarlo desde el diván de un psicólogo: las piernas del brasileño no recibían la orden de la cabeza. El diagnóstico cada vez era más evidente: falta de autoestima y pocas ganas de creer en sí mismo. En cuatro años resulta incomprensible que, dicho simplonamente, a un Balón de Oro se le haya olvidado jugar el fútbol.
Los 67 millones de su fichaje respetaron su caché entre la prensa y la afición durante los primeros años. Pellegrini le puso de titular porque, sencillamente, habría sido una blasfemia tirar por el váter todo ese montón de dinero. Los técnicos se escudaron en una paciencia estoica para esperar el renacimiento de ese Kaká cuya salida provocó el desconsuelo de miles de plañideras milanistas desconsoladas. Pero fue Mourinho quien se postuló como el mesías salvador del jugador; anunció que le recuperaría hasta que se dio cuenta que era una causa pérdida. Kaká había perdido su magia por ciencia infusa y la mofa de mayor pufo casi de la historia tenía ya un eco imparable. El club se resignó a malvenderlo, pero el pequeño gran inconveniente es que ningún equipo del mundo podía pagarle la morterada anual de diez kilos. Además, la maldición de Kaká provocó una reacción en cadena que ha implicado a su otro gran fichaje contemporáneo, Cristiano. El portugués pidió hace un año un aumento salarial; su excusa era justa porque cómo era posible que ambos cobraran aproximadamente lo mismo y sus méritos estuvieran a una distancia de miles de galaxias. Sin embargo, faltaba la explicación más buscada, la de el máximo responsable. “Kaká nos ha hecho ganar mucho dinero, es un activo amortizado”, dijo Florentino Pérez a principios de la pasada temporada. Era lógico que el único subterfugio del presidente fuese el empresarial, por algo el Madrid es una multinacional. Camisetas, todas las mundo; actos publicitarios, una lista interminable. Sólo falló el fútbol, un detalle que a veces no importa demasiado en este Madrid. Ayer el Milan no pagó ni un céntimo por él, así que la lectura lógica es que el Milan, ansioso por seguir ese modelo de glorias olvidadas, le debe un favor al Madrid…o un marrón.