El cuento sin fin
No soy demasiado fanática de inventar e imaginar cuentos y no me agrada demasiado escribirlos. Sin embargo, eso no quita que haya amado los cuentos de Jorge Luis Borges y que siga adorándolos; asà como los de Bioy Casares, los de Truman Capote, y por último, los del cultÃsimo Manuel Múgica Láinez. Mis fascinaciones con el relato no paran ahÃ, pero debo confesar que estos son los que me atraen enormemente. Aunque, aunque, tengo varios dioses escondidos del cuento, ellos son tres cubanos: Lydia Cabrera, Lino Novás Calvo, y Virgilio Piñera, los dos últimos editados en España.
Lydia Cabrera poseÃa esa manera muy suya de contar, entraba en la historia porque querÃa contar una historia lejana, de otros, pero una vez que ponÃa su voz, ya esa misma historia parecÃa vivida por ella, se asemejaba a ella, y entonces entrabas en esa zona secreta del contador de cuentos, en la que también otra mujer, maestra afortunada del relato, nos enseñó que una historia son tres siempre, como decÃa Howard Hawks, el cineasta americano, la historia pensada, la escrita, la filmada, la otra mujer sustituirÃa “la filmada” por la leÃda. Esa gran cuentista se llamó Marguerite Yourcenar, que sin duda alguna consiguió ser una de las más grandes novelistas de nuestros tiempos.
La historia del cuento que significa esa historia de complejidades técnicas, en verdad es la historia del cuento sin fin, con un comienzo, un clÃmax, y un infinito. En ese infinito vibro siempre, intentando adivinar el fin sin que nada termine, sin permitir que el cierre me devore, mejor que me demore, en esa última lÃnea en que todo termina, porque todo empieza.
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