Hace un sol radiante -raro en ParÃs por esta época-, y aunque sigue el frÃo me levanté con el ánimo de dar una caminada alrededor de los bouquinistes, que son los libreros que bordean el Sena. En sus desconchados estantes, que quedan al resguardo de los paseantes, sellados con enormes candados, cuando sus propietarios han terminado de trabajar, he encontrado yo libros estupendos. Revisando y revisando, lo primero que conseguà fue una excelente biografÃa de Djuna Barnes, y su libro El Almanaque de las Mujeres, además encontré el libro de fotos Niñas, con todas las fotografÃas que Lewis Carroll hizo de jovencÃsimas modelos, entre las que estaba Alice, la niña en la que se inspiró para escribir Alicia en el paÃs de las maravillas.
Detenida en cada estante, volados encima del muro, encontré postales viejas que se intercambiaban los antiguos viajeros que iban a Cuba, asà como fotos increÃbles, diarios escritos a mano, amarillentos posters de Mucha, y tesoros de papel, que mientras más nos hundimos en internet más van perteneciendo a aquellos tiempos donde Gutenberg aún tenÃa la última palabra. Pero a mà todavÃa me sigue gustando más el papel, y los subrayados y las dedicatorias de los autores en los libros.
No puedo ni siquiera imaginar que un dÃa desaparezcan los bouquinistes, esos dioses de la sabidurÃa a la orilla del Sena: abrigados hasta las cejas, porque hace un frÃo que pela, pero ellos están allÃ, como acorazados de la lectura; e indican amables a los visitantes qué libro está en mejores condiciones, y si la persona no posee el dinero suficiente para adquirir el libro, entonces ellos hacen descuentos inimaginables, sobre todo en los libros de arte, agotados ya en su gran mayorÃa en la red de librerÃas.
Recuerdo que, el dÃa que cumplà 23 años vine a celebrarlo junto a los bouquinistes, no tenÃa un céntimo y me morÃa por Pluies de Saint-John Perse en una edición preciosa. Lo habÃa leÃdo traducido, y anhelaba poder leerlo en su lengua. Di vueltas y más vueltas y siempre caÃa frente a la edición de mis sueños. El librero entendió lo que sucedÃa, entonces, sin una palabra, extrajo el libro de la pila y me lo tendió, insistiendo en que se trataba de un regalo. Ha sido el más misterioso regalo de cumpleaños que yo haya recibido jamás, porque entre el bouquiniste y yo, no mediaron más que las meras palabras de agradecimiento, él nunca se enteró de que aquel 2 de mayo yo cumplÃa un aniversario de nacimiento, lejana de mi tierra, de mi madre, de mis amigos.
Al cabo del tiempo, ya de regreso a Cuba, recordaba con gran ternura aquel pasaje de mi vida, acariciaba entonces la cubierta del poemario, mientras a través de la ventana contemplaba un torrencial aguacero que desbordaba al Malecón.