A finales del siglo XVII, media Europa buscaba una solución para el que era entonces uno de los problemas científicos de mayor interés: el de la longitud. En aquellos tiempos de largas travesías marítimas, la determinación precisa de la posición de un barco en alta mar cobraba vital importancia. La latitud podía medirse con facilidad observando el Sol o las estrellas, pero para calcular la longitud era necesario utilizar un reloj muy preciso, y los aparatos de péndulo de la época no eran efectivos por culpa del movimiento de las naves.
Los reinos español y holandés ofrecieron recompensas a quien lograra resolverlo, pero nadie fue capaz. En 1714, la corona británica creó el premio Longitud dotado con 20.000 libras para aquel que encontrara una solución. Hubo que esperar unos 50 años hasta que el relojero británico John Harrison fabricó un reloj portátil de gran precisión que le hizo merecedor de la recompensa.
El pasado año, con motivo del 300 aniversario de la creación del premio, la fundación británica Nesta rescató aquella idea y decidió premiar con 10 millones de libras (14 millones de euros) a quien solucione el problema científico más importante de nuestra época.
Lo primero ha sido escoger el reto entre seis: volar sin dañar el medio ambiente, acabar con la resistencia a antibióticos, mejorar la vida de personas con demencia, asegurar el acceso de todos al agua potable y garantizar a todos una alimentación nutritiva y sostenible. En el verano de 2014 se eligió, por votación de los ciudadanos británicos, la lucha contra la resistencia a antibióticos. En este momento los candidatos están pasando una primera fase de evaluación, proceso que se repetirá cada cuatro meses hasta dar con el ganador. El plazo para resolver un problema de tal calibre es largo: finales de 2019.
También la Comisión Europea ofrece, dentro de su programa Horizonte 2020, premios a la innovación. Uno de ellos, dotado con un millón de euros, tiene como objetivo acabar con la resistencia provocada por el mal uso de los antibióticos. El plazo para participar está abierto hasta el 17 de agosto de 2016.
Bacterias resistentes
Los antibióticos se utilizan para acabar con infecciones producidas por bacterias, pero su abuso puede provocar un proceso de selección natural, haciendo que sobrevivan las que gracias a alguna mutación genética sean inmunes al fármaco. Esas bacterias resistentes se multiplicarán, transmitirán esa ventaja evolutiva a sus descendientes y darán lugar a grupos de microorganismos contra los que el antibiótico se vuelve inútil.
La comunidad científica coincide en señalar este fenómeno como uno de los grandes problemas de la actualidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó el pasado año el primer informe en el que alertaba de la gravedad de la situación. ?En ausencia de medidas urgentes y coordinadas por parte de muchos interesados directos, el mundo va hacia una era en la que infecciones comunes y lesiones menores que han sido tratables durante decenios volverán a ser potencialmente mortales?, dijo Keiji Fukuda, subdirector general de la OMS para la Seguridad Sanitaria.
El documento advertía que esta amenaza es ya una realidad que puede afectar a cualquier persona de cualquier edad en cualquier país. En la misma línea, Bruno González Zorn, investigador del Centro de Vigilancia Sanitaria Veterinaria de la Universidad Complutense y experto en resistencia a antibióticos, señala a Sinc que la resistencia a antibióticos ?mata?, y destaca que, ?aunque no es fácil de cuantificar, genera unas 30.000 muertes al año en Europa, más que el sida?.
La resistencia es tal que incluso se ha recuperado para las unidades de cuidados intensivos un antibiótico, la colistina, que en el pasado fue descartado por sus efectos secundarios adversos. ?Ahora estamos dispuestos a asumir la toxicidad de moléculas rechazadas en los años 60 para poder curar a la gente?, explica.
Pero el problema de las bacterias resistentes no es solo el aumento de la mortalidad, sino que puede alargar las estancias hospitalarias, lo que multiplica el riesgo de nuevas infecciones y el gasto económico, que en Europa se estima en unos 1.500 millones de euros anuales por esta razón.
Abuso de antibióticos
Aunque la aparición de bacterias resistentes es inevitable, y se produce aun cuando el uso de los medicamentos es adecuado, las malas prácticas, tanto de los pacientes como del personal sanitario, aceleran el proceso. Prescribir antibióticos cuando no son necesarios ?por ejemplo en infecciones que son causadas por virus, como la gripe o el resfriado? , tratar de adquirirlos sin receta en farmacias, usar en exceso antibióticos de amplio espectro o no cumplir con las dosis y duraciones de los tratamientos prescritos son las malas costumbres más habituales.
La administración preventiva, excesiva o incorrecta de antibióticos a animales contribuye a la aparición de cepas de bacterias resistentes. Esas bacterias pueden acabar transmitiendo los genes que les otorgan la resistencia, mediante un proceso de transferencia horizontal, a otros microorganismos potencialmente infecciosos para el ser humano y convertirlas en resistentes.
?El mal uso genera resistencia en plazos muy cortos, debido a la gran capacidad de replicación de las bacterias? señala a Sinc Rafael Cantón, jefe del Servicio de Microbiología del Instituto Ramón y Cajal de Investigación Sanitaria. ?La antibioterapia moderna arranca durante la Segunda Guerra Mundial y, 70 años después, hemos sido capaces de crear muchos antibióticos de solo unas pocas familias. Hoy en día ninguno de ellos escapa a los mecanismos de resistencia, incluso algunos han dejado de utilizarse?, añade.
?En ausencia de medidas urgentes, vamos hacia una era en la que infecciones comunes y lesiones menores volverán a ser mortales?, según la OMS.