Imaginen unas elecciones en un país cualquiera. Uno de esos fríos, verdes y lluviosos, en los que la gente se va a la cama a las nueve con el estómago medio vacío y donde los ricos pagan muchos impuestos sin rechistar para que luego la universidad, el autobús y el cirujano salgan gratis.
Un estado en el que todos son muy rubios, muy altos y muy guapos pero incapaces de disfrutar de placeres mundanos como tomarse tres cañas en una terraza al sol después del trabajo. Imaginen un proceso electoral en una de esas latitudes que idolatramos ciegamente sin haber puesto un pie en ellas. La que quieran.
Bien. Y ahora pongamos por caso que todos y cada uno de los candidatos que se presentan a dicho proceso electoral en ese país aleatorio están obligados a posicionarse acerca de la situación política de otro estado que queda más o menos a 7.000 kilómetros de distancia. Imaginen que buena parte de los debates para orientar el voto hacia uno u otro bando pasan inexorablemente porque el presidente de ese otro país soberano, cuyas decisiones no influyen en absoluto sobre la vida de los habitantes del país frío, verde y lluvioso, tenga un día más o menos inclinado a la satrapía.
Que día sí, día también, las televisiones abren sus informativos y los periódicos inundan sus portadas con el bigote de dicho mandatario foráneo. Imaginen que el informativo pagado con dinero público le dedica un tercio de la escaleta el mismo día en el que uno de los supuestos cabecillas de uno de los casos de corrupción política más importantes del país frío, verde y lluvioso canta por soleares delante del juez. Bueno, pues ahora vuelvan a su país real, que empezamos.
Estado de los acontecimientos en España. Nos hemos gastado unos cuantos milloncejos adicionales en papeletas por la incompetencia política de cuatro líderes a los que el traje del momento histórico les viene más o menos grande. Pero aún así tenemos al personal bastante entretenido discutiendo sobre estrellas blancas con fondos azules en trozos de tela rectangulares de rayas rojas y amarillas que parece ser que está prohibido sacar al viento en recintos deportivos.
Llegados a este punto álgido del debate público, y como todos los problemas de los ciudadanos españoles están perfectamente resueltos, lo mejor va a ser reservar unos cuantos pasajes en vuelo chárter a Venezuela, el único país del universo conocido en el que un gobierno comete atropellos contra sus ciudadanos y que también podemos arreglar porque nos sobra tiempo.
Parece ser que ahora anda la cosa calentita con Maduro y no sé qué movida de un referéndum revocatorio. Perfecto. ¿La Ley venezolana? ¿El respeto por la soberanía de los estados? Cállate y saca el billete, anda. No se extrañen que los mítines de final de campaña caigan por el Caribe.
Zp, el pacificador; Rivera, líder mundial
Primero fue el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, ese conferenciante a tiempo parcial que quiere poner cara de Kofi Annan pero sigue teniendo cara de Zapatero. No vio mejor momento para ir a solucionar Venezuela que un día de mayo a poco más de un mes de unas elecciones en las que su partido se juega la vida. Después de reunirse con Maduro y con diputados de la oposición, volvió a España este mismo jueves con el semblante aún más compungido. Para este viaje no hacían falta estas alforjas. Igual Felipe González se anima con otra visita, para rematar.
En descargo de Zapatero hay que señalar que seguro que anda con la agenda un poco más ligera y puede permitirse disponer de su tiempo de expresidente como le venga en gana. Pero lo de Albert Rivera ya es harina de otro costal. El líder de Ciudadanos cogerá el mismo avión que Zapatero el próximo lunes para reunirse con la oposición venezolana (si no le paran en la aduana, claro) a petición de la Asamblea Nacional del país caribeño (controlada por los antichavistas).
Rivera ya ha solicitado permiso este jueves al ministro de Exteriores, José Manuel García Margallo, que ha asegurado que España "garantizará la seguridad" del diputado, para después aprovechar la coyuntura para dejar claro que "prefiere" a los naranjas como socios de un futurible gobierno. Lo que va a conseguir Rivera en Venezuela en 36 horas de viaje de precampaña solo él lo sabe.
Rajoy, el escurridor; Iglesias, el señalado
No. Rajoy no va. Mover un dedo sería noticiable. Eso sí, que Podemos es Venezuela chavista va a ser una constante de aquí a las elecciones del 26-J. Pero siempre en su justa medida. El sorpasso de la coalición "radical" al PSOE se está cociendo y conviene poner nerviosos pero no demasiado a los pretendidos habitantes del centro político, no les vaya a dar por votar a los socialistas, que esos son chavistas pero menos, en clave popular. Por si acaso, todo apunta a que Rajoy aceptará el debate a cuatro y rechazará el cara a cara con Sánchez, en una maniobra muy ilustrativa.
Desde el PP ya han criticado la presencia de Rivera en Caracas, por aquello de la competencia en el monopolio de la defensa de las libertades allende fronteras. Sin embargo, la presencia de algún político del Partido Popular en Venezuela en próximas fechas aún está en el aire. La Diputación Permanente del Congreso todavía tiene que decidir si envía a un representante a Caracas tras la propuesta aceptada en la comisión de Exteriores del pasado 15 de abril con los votos favorables de PP, PSOE y Ciudadanos. Iría Celia Villalobos a petición de su partido, para más señas.
Aunque el Tribunal Supremo ha arrojado al cubo de la basura cada uno de los informes policiales que le han llegado sobre la financiación venezolana de Podemos, Iglesias y los suyos no consiguen sacudirse el regusto bolivariano, después de años de defensa pública en debates y tertulias. Últimamente intentan sacarse el muerto de encima, sobre todo teniendo en cuenta la que está cayendo al otro lado del Atlántico.
Esta misma semana, el secretario de Organización de la formación morada, Pablo Echenique, comparaba a Maduro con Rajoy cuando "habla de otros países para no hablar del suyo". Una analogía, la de los podemitas con el chavismo, que seguro les acompañará durante una campaña electoral que se avecina áspera (ah, pero que aún no estamos en campaña) sobre todo teniendo en cuenta el nivel de las últimas semanas.