Hace años en los colegios se explicaban algunas leyes de la física con ejemplos un poco raros. Es el caso del patinador que empuja una pared y, como cabe deducir, sale desplazado en sentido contrario porque no tiene fuerza suficiente para moverla. El ejemplo servía para ilustrar la idea de las fuerzas de resistencia porque (y aquí venía lo raro) había que imaginarse que la pared ejercía una fuerza exactamente igual aunque en dirección opuesta a la que hacía el patinador, y por eso era desplazado.
En política sucede algo similar. Además del sempiterno eje izquierda-derecha hay otros ejes variados, como el social-liberal o, particularmente en países como España, el nacionalista. Como el ejemplo de la Física, la respuesta ante un nacionalismo es, por definición, otro nacionalismo. A alguien que pide mayores cuotas de autogobierno para una región siempre se opondrá alguien que ejerce una fuerza en sentido contrario para reafirmar la centralidad del Estado.
Sin embargo, la política no es Física y aquí no hay leyes, ni siquiera las del sentido común. Porque tras años de hacer campaña unos contra otros, representantes de fuerzas (políticas) contrarias son capaces de unir fuerzas. Como si pared y patinador se pusieran a empujar del mismo lado, pero en versión electoral.
El PP, con y contra el nacionalismo
El último ejemplo ha sido la sorprendente votación de la Mesa del Congreso de la recién estrenada XII legislatura que, gracias a diez votos inesperados, han otorgado el control de la Cámara al PP y ha asegurado una cómoda posición a la cuarta fuerza del país, Ciudadanos, un partido que ha crecido precisamente desde su concepción antinacionalista catalana.
La votación, según algunos, augura una 'cómoda' investidura a Rajoy con el improbable apoyo de PNV, CDC y CC. Pero no es necesario llegar a un escenario tan poco probable: el mero hecho de que partidos con los que ha estado abiertamente enfrentado durante años hayan ayudado al PP merece análisis.
Debajo de la mesa hay una intención clara: a cambio del apoyo, el PP permitirá a PNV (con 5 diputados) y CDC (con 8) tener grupo parlamentario propio, cosa que no se permitió a EH Bildu cuando sumaba siete diputados, además de más peso del que les correspondería en el Senado. Encima de la mesa afloran otras cuestiones, como las causas abiertas por la Fiscalía contra dirigentes de CDC por el proceso secesionista catalán.
Esta primera gran sorpresa de la legislatura no es algo puntual, ni un acuerdo 'con la pinza en la nariz'. Es un caso más de sucesivos acuerdos que en realidad nunca han dejado de producirse. Por ejemplo, el PP ha concurrido a las elecciones (y ya lo había hecho con anterioridad) con fuerzas nacionalistas de derechas, como son Foro Asturias o el Partido Aragonesista. Además, como es evidente, ha llegado a no pocos acuerdos con fuerzas nacionalistas en comunidades autónomas y ayuntamientos, incluyendo el caso de EH Bildu, algo que Javier Maroto, hoy uno de los líderes del PP, celebró.
El precedente más conocido ocurrió, sin embargo, mucho antes. Fue en 1996 y Aznar acababa de destronar a Felipe González, pero no tenía mayoría suficiente para afrontar la investidura. Así, no dudó en apoyarse en Jordi Pujol, padre de la Convergència que luego pondría en marcha el ?procés? y que ahora está en la mirilla argumentaría del PP por sus escándalos económicos. Aquello se conoció como 'el pacte del Majèstic' y llevó al PP a la Moncloa por primera vez con la ayuda inestimable -y también 'contra natura'- de esa pinza con la IU de Julio Anguita.
Es evidente que aquella Convergència i Unió no es la Convergència de Artur Mas, como tampoco el PNV actual de Urkullu es el PNV de Ibarretxe. Ahora pueden votar juntos, pero en 2001 el PP vasco de Mayor Oreja hizo frente común con el PSE de Nicolás Redondo para intentar desalojar a los nacionalistas de la lehendakaritza. Entonces no lo conseguirían, pero sí lo hicieron en 2009 cuando dieron su apoyo al socialista Patxi López para dar la puntilla a un Ibarretxe demasiado soberanista para el PP.
El PP, por tanto, sí ha sabido entenderse con formaciones nacionalistas o regionalistas conservadoras siempre y cuando su visión haya sido moderada. Renunció, por ejemplo, a tener marca propia en Navarra y se dejó representar allí por UPN, navarristas conservadores que, salvo el 'impasse' entre 2008 y 2011, han sido su marca y sus aliados.
Aún más lejos fueron con Unió Valenciana, formación regionalista conservadora que Eduardo Zaplana absorbió tras el fallecimiento del exdiputado Vicente González Lizondo. José María Chiquillo, sucesor de Lizondo y artífice de la unión, sigue siendo actualmente diputado en las filas del PP.
Mención aparte merecen otras formaciones más 'sui generis', como son el PRC de Miguel Ángel Revilla en Cantabria, o la Coalición Canaria de Ana Oramas y Fernando Clavijo. En el caso de la formación canaria, ha podido gobernar en las islas desde 1993 gracias al apoyo del PP, y desde 2011 gracias al del PSOE. Y en el mismo sentido han ido las alianzas en Madrid.
El PSOE, gobiernos codo con codo
Lo de pactar con nacionalistas llama especialmente la atención en el caso del PP por la supuesta incompatibilidad del nacionalismo español con el nacionalismo periférico. Sin embargo, en el caso del PSOE, los pactos llaman la atención porque casi siempre han ido más allá: si bien el PP se ha apoyado en ellos para conseguir cosas, el PSOE ha sido capaz de gobernar junto a ellos sin problema alguno.
Sin ir más lejos, el actual gobierno de la Generalitat Valenciana, presidida por el PSOE, se sustenta con el acuerdo con Compromís, que pese a ir en coalición con Podemos ya se desligó de ellos para intentar -sin éxito- conseguir grupo parlamentario propio: su interés en Madrid no es otro que el de la representación territorial valenciana.
Mucho antes de eso, a mediados de los años '80, arrancaron los sucesivos gobiernos de coalición entre el PNV y el PSOE en Euskadi entre 1987 y 1998, con el lehendakari José Antonio Ardanza al frente y destacados dirigentes de aquel socialismo vasco en el Gobierno, como era el caso de Ramón Jáuregui, Fernando Buesa (ambos vicelehendakaris), José Ramón Recalde o Rosa Díez. Después vendría el frente común con el PP y contra el PNV de Ibarretxe.
En las elecciones generales del año 2000 los socialistas también se coaligaron con el nacionalismo de izquierdas. Fue entonces cuando vio la luz la llamada 'Entesa Catalana de Progrés', una coalición entre el PSC, ERC e ICV -la histórica marca catalana de IU- para unir fuerzas en el Senado. La coalición se mantuvo activa en la Cámara Alta hasta el año 2011, cuando se disolvió... no sin antes servir como germen para otro acuerdo histórico en la política catalana: el 'Pacte del Tinell'.
Por ese nombre se conoce al acuerdo que dio lugar a un Govern que desalojaría a Convergència tras décadas en la Generalitat -por cierto, en 1999, cuando Jordi Pujol fue elegido president por última vez, lo logró gracias al voto a favor del PP en el Parlament-. Así, entre 2003 y 2010 el llamado 'tripartito' gobernó Cataluña, primero bajo mando de Pasqual Maragall y después con José Montilla, ambos socialistas. El acuerdo tenía, además, su correspondencia en forma de apoyos puntuales en las Cortes Generales.
El PSOE también pactó con los nacionalistas del BNG para desalojar al PP de Manuel Fraga de la Xunta de Galicia. Sucedió en 2005, cuando Fraga no consiguió reeditar una mayoría absoluta que duraba ya 20 años, lo que hizo posible que Emilio Pérez Touriño y Anxo Quintana firmaran un acuerdo para presidir la comunidad. Cuatro años después, y ya con Alberto Núñez Feijóo como líder del PP gallego, los nacionalistas perdieron un escaño que devolvió a los conservadores la mayoría absoluta y marcó el final de su aventura.
No corrió la misma suerte Navarra, que estuvo muy cerca de tener un gobierno de coalición entre el PSOE y Nafarroa Bai en 2007, una coalición integrada por nacionalistas de izquierdas. El problema fue que Ferraz no autorizó un acuerdo que ya estaba cerrado por la presión política y mediática ya que algunos miembros de NaBai provenían de HB, como su entonces líder Patxi Zabaleta, que salió de la formación abertzale por discrepar con el uso de la violencia de ETA. La negociación con la banda estaba en marcha y Madrid intentó -en vano- no echar más leña al fuego de la oposición despiadada que el PP puso en marcha en lugares como la comunidad foral.
Así las cosas, el socialismo ha sido capaz de pactar y gobernar con formaciones nacionalistas fundamentalmente de izquierdas -aunque también de derechas- y volverse contra ellas pocos años después. En este capítulo político de la historia, el 'ala dura' del socialismo andaluz ha vetado todo pacto con los nacionalistas, y ha sido el PP quien, una vez más 'contra natura', ha aprovechado la ocasión para tomar ventaja de cara a una posible investidura y quién sabe qué consecuencias territoriales a medio plazo.