"Las recientes previsiones del Fondo Monetario Internacional, anunciando la rebaja de las perspectivas de crecimiento para la economía mundial, los despidos masivos en las grandes empresas de diversos sectores, la sensación de que los poderes públicos están inermes ante una situación con la que no contaron o consideraron pasajera, dibujan el cuadro de incertidumbre general para muchos, pero de constatación dolorosa en sus vidas para millones", afirma en la 'columna invitada' de elEconomista.
La gravedad y especificidad de esta crisis del capitalismo está arrasando las evidencias y fundamentos intangibles del neoliberalismo. Los pedestales sobre los que se alzaban las divinidades mercado y competitividad son cascotes sin utilidad alguna.
De hecho, las medidas que se están tomando en muchos lugares son la negación en la práctica de los fundamentos que se mantienen de manera doctrinaria. La constante apelación a la flexiseguridad o a corregir las rigideces del mercado laboral no son otra cosa que la reiteración en una política monstruosa y fracasada.
Algunos hierofantes y gurús de la jerga siguen impertérritos y aparentemente insensibles ante su mundo de certidumbres que se evapora. Cualquier alternativa a esta situación debe partir de premisas incuestionables. La primera es que por imperativo de la solemne Declaración de Derechos Humanos, la economía está totalmente subordinada al interés general. La deificación del mercado no es otra cosa que la traslación al mundo moderno de las supersticiones animistas del pensamiento mágico y tribal.
La segunda es que la decisión del Soberano en las elecciones traslada a los Ejecutivos su voluntad acerca del enfoque de los problemas y sus soluciones. Paro, precariedad, calidad de vida y desarrollo social son los objetivos a los que la economía debe, en cuanto ciencia aplicada, supeditarse. La bacanal neoliberal acabó. Se imponen el orden democrático y el bienestar general.