Este verano instalé mi despacho en los Campos Elíseos; no, no quiere decir que haya alquilado una oficina, y que escriba desde un suntuoso estudio con vistas a la avenida más bella del mundo. Muy sencillo, cada día tomo el metro en la parada de La Bastilla directo hasta los Campos Elíseos, voy cargada con mi computadora portátil, dos o tres libros, y un cuaderno, primero escribo a mano y luego a tecla.
Acomodada en un butacón de una de las terrazas observo el vaivén de la gente hasta que cae la tarde, a veces me quedo hasta la noche; he aprendido con los franceses a montar mi oficina en los cafés, confieso que es de un placer extraordinario, y menos molesto que en casa, donde siempre tengo algo que hacer por encima de escribir.
Hace poco vi una película sobre Marlene Dietrich, que como saben, con Mae West, son mis ídolos cinematográficos (si me he quedado algo rezagada en relación a Hollywood).
Pues gozaba de ese documental sobre Marlene, y de repente aparecieron los Campos Elíseos, no recuerdo exactamente la fecha, pero se hablaba de que Marlene Dietrich se había paseado por las Campos Elíseos, vestida de hombre, ¡en smoking!, siendo una de las primeras mujeres en llevar esmoquin por lo que la gente salía para admirar o denigrar su atrevimiento.
Del esmoquin al burka
La verdad que en las imágenes se veía a una Marlene altiva, audaz, que avanzaba con una gran elegancia, rodeada de otras mujeres muy elegantes que la observaban sorprendidas, pero que llevaban también ellas vestimentas francamente soberbias, faldas y vestidos de tejidos finos y sobrios. ¡Ah, qué época!
Este verano en los Campos Elíseos se puede elegir entre un modelo de burka y otro. Pensarán que estoy exagerando, pero cada vez esta avenida se llena más de mujeres cerradas en negro, apenas se les ven los ojos, algunas llevan hasta una especie de bozal de metal. ¡Con el calor que hace, mi madre!
Eso sí, van muy perfumadas, muy enjoyadas debajo de los burkas se puede adivinar el "joyerío", bolsos que superan los mil euros, y zapatos carísimos y cegadores, de tanto que brillan las piedras que llevan incrustadas. Las burkas van bordadas con lentejuelas, en un afán de alegrar y variar el modelito, en las mangas, a veces en la espalda o en la cabeza.
A esas mujeres nadie se atreve a mirarlas como miraron años atrás a Marlene Dietrich, primero porque si alguien les clava la vista puede correr el riesgo de que los hombres que las preceden (ellas caminan siempre detrás de ellos, jamás delante) le caigan a guantazos al "intruso", después porque es políticamente incorrecto ?pareciera- criticar a una mujer con burka.
Una opción mejor
Yo lo voy a decir ahora, aquí, y para siempre, no aguanto los burkas y mucho menos en una de las avenidas más extraordinariamente occidentales del mundo.
En fin, que mejor nos vamos a dar una vuelta a pie, con un escritor invitado a La Rueda Bohemia. Acompáñenme en esta aventura de descubrir escritores. Hoy los dejo con Juan Abreu, autor de las novelas Cinco cervezas, Accidente, Gimnasio, Diosa, y Rebelión en Catania, entre otras.