Europa

La campaña del referéndum británico arranca y divide Gobierno y sociedad

David Cameron. Imagen: Reuters

La batalla por la supervivencia política de David Cameron se juega en dos frentes y si bien el más urgente pasa por convencer la ciudadanía de que el nuevo "estatus especial" de Reino Unido en la Unión Europea garantiza "lo mejor de los dos mundos", la brecha abierta en su gabinete y en el partido que lo sustenta amenaza con una seria escisión entre los conservadores británicos.

La campaña por el referéndum que se celebrará, como apuntaban las quinielas, el 23 de junio reducirá las más de 30 horas de negociación que fueron necesarias con los líderes europeos a una mera nota a pie de página.

En los próximos 120 días, el electorado deberá resolver un complejo debate sobre la identidad de Reino Unido y el lugar que aspira a ocupar en el mundo en este arranque de milenio. La última vez que tuvo la oportunidad de decidir en la correosa cuestión europea fue en 1975, cuando aceptó la entrada en el Mercado Común al que el país se había incorporado poco antes.

Transcurridos 41 años, la única coincidencia entre el bando a favor de la permanencia y el frente que aboga por la Brexit es que este nuevo plebiscito constituye lo que el primer ministro ha descrito como "una de las decisiones más importantes de nuestras vidas". Desde una perspectiva individual, la votación marcará su legado en Downing Street: independientemente del veredicto final, Cameron pasará a la historia como el premier que zanjó la siempre complicada relación con la Unión Europea.

Su motivación inicial, sin embargo, no podía estar más lejos de este objetivo. Tras asumir el timón de los conservadores, declaró que el partido debía abandonar su obsesión con Europa, pero el peso de una fijación que ha dominado a la derecha británica en las últimas décadas resultó excesivo para un líder que acabó cediendo a las presiones internas. Su envite, con todo, va más allá del territorio doméstico, puesto que no sólo supondrá modificar el vínculo con Bruselas, sino que ha obligado a toda una UE a abdicar de sus principios fundamentales para acomodar a uno de sus miembros más recelosos.

En consecuencia, además de la composición misma de un grupo de actualmente veintiocho miembros, el plebiscito demostrará si la claudicación a escala comunitaria ha valido la pena, puesto que las concesiones no garantizan que Londres permanecerá en el club. La práctica totalidad de las encuestas muestran empate técnico en la ciudadanía: si se eliminan a los indecisos, que ascienden al 18%, mantener el statu quo recabaría el 51%, frente al 49 que prefiere romper con la UE.

Desapego europeo

El desafío de ambos bandos, por tanto, pasa por mantener su granero natural y convencer a aquellos que no han decidido. El problema es que si la ciudadanía ya siente la maquinaria comunitaria como ajena, según revelan todos los estudios demoscópicos, es difícil que preste especial atención a los tecnicismos del acuerdo que Cameron trajo de Bruselas. Las apelaciones, por tanto, invocarán a conceptos de difícil contraste y elevado valor patriótico, como qué opción asegura la prosperidad o cuál garantiza una mejor seguridad en un contexto de alta inestabilidad global.

Cameron evidenció este carácter altamente subjetivo de la decisión cuando antes de ayer, tras haber presidido el primer consejo de ministros convocado en un sábado desde la reunión de 1982 por el conflicto de las Malvinas, recordó a los británicos que la opción ya no pertenece a la clase política, ni a ninguna oscura instancia radicada en Bruselas, ni a los intereses de un club de veintiocho países: "La decisión está en vuestras manos, pero mi recomendación en clara. Creo que Reino Unido será más seguro, más fuerte y estará mejor si permanece en un UE reformada". Consciente de que el plebiscito podría derivar en un voto de confianza al gobierno, el primer ministro había avanzado meses atrás que si el electorado apostaba por abandonar, no dimitiría. No obstante, lo que no podía haber esperado era la elevada oposición en su propio círculo a la continuidad. Ya antes de que cerrase el acuerdo el viernes, el ministro de Justicia, uno de sus más próximos colaboradores, anunciaba que abogaría por abandonar.

Los demás miembros del Gobierno respetaron la ley del silencio impuesta por Downing Street hasta que se fijase una postura oficial, pero en cuanto el primer ministro cruzó el umbral del número 10 tras haber anunciado formalmente la fecha del referéndum y el apoyo formal a la continuidad, las maniobras comenzaron. De momento, son seis los ministros del Ejecutivo a favor de la Brexit, si bien en un debate que ha arrancado centrado en cuestiones de seguridad, Cameron tiene el alivio de que cuenta en su bando con la titular de Interior.

Se trata, con todo, de prácticamente su único respiro: en el grupo parlamentario conservador, 144 diputados de un total de 330 votarán por abandonar la UE, al igual que otros 15 altos cargos del gobierno y 22 asesores parlamentarios, según compiló The Sunday Times.

Por si fuera poco, el premier recibió ayer el último gran golpe de gracia con la confirmación de que el alcalde de Londres, entre los tipificados a sucederlo y una de las voces tories más influyentes, se suma al bando de los opositores. Cameron había intuido el impacto de este desenlace, por lo que había intentado reiteradamente atraerlo a su campo, aunque sin éxito, como comprobó ayer.

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