La primera ministra británica ha podido comprobar cómo su mantra de referencia -"Brexit significa Brexit"- comienza a ceder ante el peso de las incógnitas acerca de cómo Reino Unido prevé dar respuesta a uno de los catalizadores que contribuyó a la victoria de la salida de la UE en el referéndum de junio: el control de la inmigración.
Los partidarios de la ruptura, un frente en el que Theresa May no militó, habían prometido un sistema de puntos similar al de Australia para controlar los flujos del continente, pero la mandataria ha descartado ya una fórmula que considera que no funcionaría.
Su determinación, manifestada en China, durante su estreno en una cumbre del G-20, le ha comenzado a salir cara ante el núcleo duro anti-UE, por lo que May ha tenido ya que negar que esté siendo "blanda" en un área, la del libre movimiento de personas, que había capitalizado la cuenta atrás del plebiscito.
Pese a las dudas, la premier no está dispuesta a ceder ante la presión y, si su estilo en el Número 10 se caracteriza por el análisis reposado, de momento descarta avanzar qué fórmula aplicará para repatriar "algún" control sobre la accesibilidad de ciudadanos comunitarios a vivir en las islas.
El temor del frente rupturista
Su rechazo al sistema de puntos se basa en que "no facilita" el control, si bien los más exigentes con el divorcio temen que el descarte de un modelo que se había convertido en una de las estrellas de la campaña sea un cierto peaje por la continuidad en el mercado común.
No en vano, la cuadratura del círculo de la salida británica de la Unión radica, precisamente, en cómo articular restricciones a la libre circulación con la ambición de Londres de mantener el acceso más abierto posible a un bloque comercial de más de 500 millones de personas. De momento, el Número 10 insiste en que la "vía precisa está todavía por determinar".