Antes de entrevistarse esta jornada con el presidente del Gobierno en funciones, Theresa May ya se había dejado caer por Francia, Alemania, Italia, Dinamarca, Holanda, Eslovaquia o Polonia. El propósito de su gira europea está ligado, como prácticamente todo lo que rodea a la primera ministra británica, a la misión que marcará su mandato y, con él, el futuro de Reino Unido como primer miembro de pleno derecho en abandonar la Unión Europea.
Su talante es de diálogo, pero May debe prepararse para la hostilidad de aquellos líderes dispuestos a afrontar los perjuicios económicos de perder al socio al que dirigen la mitad de sus ventas, antes que asumir el daño político para el proyecto comunitario europeo y sus respectivas audiencias domésticas, en caso de mostrar suavidad.
Aunque sus seis años como ministra de Interior le habían labrado una reputación como dialogante nata, a una semana de su debut en el Consejo de la Unión Europea el ambiente en el continente es de cada vez mayor escepticismo: Bruselas quiere que Reino Unido pague un precio por el Brexit y el impasse entre el referéndum y el arranque de las negociaciones no ha hecho más que permitir tiempo para formar un frente común ante un Gobierno cada vez más dividido.
Ante la hora de la verdad
En noventa días, la percepción inicial de Theresa May como una política cabal que atraía inevitables comparaciones con Angela Merkel ha dado paso a la imagen pública de una dirigente obsesionada con un hermetismo que raya con lo críptico. La reiteración de su mantra "Brexit significa Brexit", clave en el arranque de sus aspiraciones al Número 10, puesto que, aunque discretamente, había apoyado la continuidad en la UE, llevó al agotamiento del eslogan y su nueva consigna avisa de que no facilitará ?comentarios constantes? sobre sus planes para el divorcio.
El problema reside en que el período de gracia de sus primeros cien días en el número 10 de Downing Street está a punto de llegar a su fin, y tanto el Parlamento, como los mercados, los empresarios y un 48 por ciento del electorado que votó por la permanencia exigen respuestas. Aunque hasta ahora May había resistido la presión, lo único que verdaderamente ha logrado ha sido comprar tiempo y, con la cuenta atrás ya iniciada para marzo del año que viene, cuando se espera que pulse oficialmente el botón de salida, necesitará de cada minuto para consensuar una posición negociadora que, de momento, ni siquiera ha conseguido generar en su propio Gabinete.
Es por eso que la incertidumbre generada por una mandataria que, ante la ausencia de un plan para el divorcio, ha profundizado en su ya famosa obsesión por controlar el flujo de información y la circunspección que, sin éxito, ha intentado imponer en su propio Ejecutivo. David Cameron la había apodado Submarino May, por su tendencia a intentar pasar desapercibida, pero su posición como jefa del equipo responsable de materializar el Brexit la obliga a salir a la superficie del debate público.
El Parlamento fuerza el debate
El tamaño del desafío complica la jugada de una política que, aunque pragmática y eficiente, carece del dominio de la retórica de su antecesor, David Cameron. Ayer mismo, en la primera sesión de control en el Parlamento tras el receso por los congresos de los partidos, el Laborismo aparcó temporalmente la animadversión contra su líder y Jeremy Corbyn logró ponerla contra las cuerdas con un interrogatorio en el que la primera ministra apenas logró concretar el compromiso de obtener una ?relación adecuada? con la Unión Europea.
El apremio, no obstante, no procede exclusivamente de las filas de la oposición: el mayor consenso recabado por la primera ministra en tres meses ha tenido lugar en el arco parlamentario, en el que la totalidad de los grupos se han puesto de acuerdo para exigir voz y voto en las negociaciones. De momento, han logrado ya que el Gobierno recule, al menos, en su negativa oficial a permitir siquiera el debate, puesto que la inevitable derrota a la que May se enfrentaba en Westminster aconsejó un giro que, de momento, no se extiende a su disposición a garantizar una votación.
Arrecian las críticas
El rechazo responde en parte al entendimiento de que difícilmente la Cámara de los Comunes, donde dos tercios apoyaba la continuidad en la UE, permitirían un Brexit duro, pero también al afán de control de May. La discreción que en un principio estaba considerada una ventaja ha dado paso a las suspicacias sobre unas maneras en las que cada vez más analistas ven a Gordon Brown, el último mandatario que, como la actual, se había mudado a la residencia oficial sin contar con el refrendo de las urnas.
La incapacidad de delegar, la obstinación por los detalles o la obsesión por el control y las lealtades políticas son algunos de los paralelismos que unen a ambos dirigentes, quienes también comparten el haber heredado gabinetes profundamente divididos y el disfrutar en sus primeros meses de una notable popularidad en las encuestas.