Todo el que tuviera una vela en el entierro del Partido Popular, esa agrupación política con más vidas que un gato, sabía que ese tren se iba a parar algún día. Desconocían si iba a ser en Cuenca, en la estación de Atocha o en Pernambuco, pero a nadie se le escapaba que la escala anterior al punto de no retorno pasaría inevitablemente por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.
Este martes, en Génova 13 lo de menos es que fuera eso, 13, acostumbrados como están en esas latitudes a regatear las embestidas del mal fario. Lo de más es que la eterna alcaldesa de Valencia y ahora senadora por obra y gracia del aforamiento, Rita Barberá, ha dejado de ser un problema en el seno de su partido para convertirse en una urgencia. En una de las gordas.
A la lideresa le pilló la cosa en el AVE. Sí, en la capital conquense, de camino al Senado, en todo el medio de la serranía que le queda a su partido por delante. El auto del Tribunal Supremo cortaba el viaje y la digestión del almuerzo de media mañana abriendo la esperada investigación por blanqueo de capitales -a la espera de que el juez confirme la imputación- y a Barberá no le dio ni tiempo ni a vislumbrar las casas colgantes. Lo que está colgado en estos momentos es su futuro más inmediato.
El suyo, el de su partido y el de su presidente y "amigo", al menos hasta donde aguante la hipertrofiada memoria de los ciudadanos, que de tanto pronunciar la palabra corrupción ya casi no le encuentran el sentido. Vuelta a Valencia a "estudiar el auto". En la cueva hasta nuevo aviso.
"Lo que procede", la parte contratante de la primera parte
Hasta hace pocos meses, todo el partido ponía la mano en el fuego por la eterna alcaldesa, aún a riesgo de quedarse sin extremidad. Ni la derrota electoral después de 24 años de alcaldía, ni el estallido de la Operación Taula -pieza separada del 'Caso Imelsa'-, con todos los concejales del PP de Valencia imputados y suspendidos y 115 investigados por delitos de corrupción de lo más variado, provocaron una sola salida de tono en todo lo que se refería a Barberá.
Ella no había tomado parte en nada y punto. Al menos el tiempo que tardara el Supremo en determinar que al final igual sí. Pero cuando Groucho Marx empieza a tomar posesión del cuerpo de tus compañeros de partido y "la parte contratante de la primera parte" comienza a deslizarse por sus bocas, comprendes que estás a pocos centímetros de tu fin. O de tu punto y seguido, por aquello de las oposiciones al Banco Mundial.
El caso es que en el PP ya están utilizando la expresión "lo que proceda". Y cuando se asume el chascarrillo, lo que procede es que o te vas, o te vamos a echar. Todo el que usó la lengua este martes estaba avisado de cómo tenía que articular el músculo. Mucho respeto a los tiempos del proceso judicial, mucho ya se verá, pero el partido actuará.
"Si coincide con lo que piensa el partido y el grupo parlamentario, estupendo; si no el partido y el grupo parlamentario tomará la decisión acorde a lo que se pueda pensar", dijo el vicepresidente del Senado, Pedro Sanz, al que también le parece "muy difícil ponerse en la piel de una persona en estas circunstancias" y que será ella la que tendrá que tomar la decisión "libremente". Libertad para hacer lo que el partido decida que tienes que hacer, se entiende.
También el expresidente Alberto Fabra, ahora senador, apeló a ese peculiar concepto de libertad diciendo que "el partido dará la respuesta adecuada en su momento". Otro ex presidente refugiado en el Senado, José Ramón Bauzá, afirmó que "son decisiones muy importantes que tiene que tomar el partido".
El portavoz del PP en Cataluña, Xabier García Albiol, completó el póker de ases de las decisiones libres espetando que Barberá "debe someterse a la disciplina del partido". El propio Rajoy quiso sumarse a la fiesta del albedrío respondiendo "buenos días" cuando fue abordado por los periodistas a las puertas del Senado. Patadón y tentetieso.
Albert Rivera o apuntarse un tanto
Todo esto antes no pasaba. Cuando tienes mayorías absolutas te da igual esperar a la sentencia en firme. Pero cuando te encuentras en el medio de un proceso para alcanzar la presidencia en minoría estás obligado a ser decoroso en cuestiones tan nimias como que le imputen un delito de corrupción a un cargo público. Miel para los labios de Albert Rivera.
Aunque el PP se ha apresurado a dejar claro que la decisión corresponde a la senadora con el 'consejo' del partido, el líder de Ciudadanos no ha dejado escapar la oportunidad de anotarse el gol con un balón que ya sabía que le iba a llegar manso a los pies incluso antes de que empezara la jugada.
El pacto de investidura que firmaron Ciudadanos y PP incluye la separación inmediata de cargos públicos imputados por corrupción política, así que el líder de Ciudadanos ya se ha apresurado a avisar a Rajoy: "Si el PP quiere que Ciudadanos se comprometa a una nueva investidura va a tener que hacer dimitir a Barberá. Si no lo hace incumplirá el pacto y no contará con nuestro apoyo". Era cuestión de tiempo. Ese pacto era la cabeza de Barberá. Más o menos.
Período de entreguerras
Ayer también fueron cayendo otros asuntillos para amenizar la semana en el feudo popular. El acuerdo con la Fiscalía del expresidente Jaume Matas para evitar la cárcel a cambio de culpar a un extesorero jubilado de todos los males del partido en Baleares, el requiebro de Bárcenas abandonando la causa del borrado de los ordenadores aduciendo falta de dinero y negando negociaciones en cualquier sentido y otra muesca en el revólver del exministro y comisario europeo, Miguel Arias Cañete, por el 'Caso Acuamed'.
Un completo para un martes de temperaturas otoñales en el ocaso del verano. Ah, sí, y por la tarde la comparecencia de Luis de Guindos en el Congreso por el fallido nombramiento del exministro Soria como director del Banco Mundial. Quién podría saber que se montaría ese revuelo por una designación a dedo de un político que tuvo que dimitir como ministro al verse envuelto en una polémica que copó las portadas de los periódicos durante días hace unos meses. Nadie podría habérselo imaginado.
Los malpensados podrán quejarse de las coincidencias. Invocar al olvido y decir que el PP concentra sus miserias en periodo de entreguerras. Que cuando lleguen los momentos clave para lograr la investidura o para volver a votar en bucle en diciembre la gente ya se habrá olvidado de todo. Pasó con el boom del caso valenciano en un periodo de calma camino de la segunda convocatoria de elecciones.
Teorías conspirativas aparte, lo cierto es que el Partido Popular se enfrenta a una dimisión en diferido muy peliaguda, la de una leyenda del partido a la que últimamente ha rodeado un halo de inmunidad por el mito -cierto o no- del candado en la boca a cambio de aforamiento.
Si el juez Cándido Conde-Pumpido no lo remedia, algo que parece harto improbable, y si tras su imputación consumada Barberá dimite (o la dimiten), su causa se irá a un tribunal ordinario, junto a la del resto de sus compañeros de partido en Valencia. Como una vulgar ciudadana. El abandono suele pagarse con sangre. Veremos.
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