Por fin. Neymar ya sabe lo que es marcar un gol en la Liga española. Ocurrió ayer, cuando el extremo brasileño hizo el segundo del Barça ante la Real Sociedad. Corría el minuto cinco de partido cuando Alexis metió un balón al corazón de la defensa txuri-urdin. La pelota entró a trompicones en el área pequeña y ahí, casi cayéndose, el flamante fichaje culé la empujó ante la indolente mirada de Bravo y el resto de los defensores del arco rival. Era el 1-0.
Cierto, no fue bonito, pero sirvió para que el brasileño se quitara por fin la presión de encima. Y es que desde que llegó al Camp Nou, en partido oficial, sólo había conseguido perforar la portería rival en una ocasión. Fue en la ida de la Supercopa de España, en el Calderón y ante el Atlético de Madrid. Desde entonces, mediados de agosto, nada de nada.
Aunque Neymar ha ido aumentando su participación en el juego culé (ya es titular indiscutible), la ausencia de dianas a su favor empezaba a hacerle ganarse algunas críticas por parte de sectores de la prensa y aficionados que no entendían como en Brasil conseguía ver puerta día sí, día también y en Europa, sin embargo, apenas tenía ocasiones.
Siendo esto cierto, la verdad es que Neymar ha ido mutando su juego poco a poco para convertirse en algo más que un goleador. Le ha costado, pero el crack es ya una pieza importante del engranaje culé y lo es, además, para potenciar el estilo que tanto gusta en el Camp Nou. Porque Neymar empezó siendo virtud y problema culé en los primeros partidos.
Virtud porque con su desborde y regate aportaba cualidades de las que el Barça adolecía. Problema porque conducía demasiado el esférico y acaba frenando el ritmo de los partidos con las faltas que le hacían los rivales por llevar la bola pegada a sus pies.
Así sucedió frente al Sevilla o el Ajax. Frente al Rayo, cierto es que empezó a verse a otro Neymar, el mismo que ayer, contra la Real, no sólo marcó, sino que hizo circular el esférico a toda velocidad en la zona de ataque culé. Sólo regateó cuando fue necesario.
Las filigranas (que las hubo) llegaron con efectividad medida. Ni más, ni menos. Todo un espectáculo que su equipo agradeció, en especial Messi, el encargado de recibir de las botas del 11 la asistencia con la que hizo el 2-0.
Él, al igual que el argentino, se marchó del césped antes de tiempo, en el minuto 75. Él, sin embargo, al contrario que éste, no hizo ningún gesto feo por la sustitución. Simplemente aplaudió al respetable con una media sonrisa y saludó a Martino al marcharse al banquillo.
La sonrisa de quien sabe que ya es importante en su equipo. Tiempo de adaptación récord y sin necesitar goles. Es la prueba de cómo un delantero puede ser clave sin hacer goles y brillar, aunque se por un día, más que el mejor jugador del mundo, más que el mismísimo Leo Messi.