Que Fernando Torres es aficionado del Atlético de Madrid no es ningún secreto. Anoche, frente al equipo de su alma, vistiendo la camiseta del Chelsea, marcó un gol que no celebró. Es más, en sus gestos, más que alegría, se le vio con rabia. Había hecho daño a sus colores. No era una acción para estar orgulloso.
Esa fue una de las muestras de amor por sus sentimientos colchoneros que dejó en Stamford Brige, aunque no la única. En los minutos previos a que se disputase el partido, el 9 de los 'blues' se dejó cazar por las cámaras de televisión luciendo una pulsera con los colores del Atlético de Madrid.
Es decir, que Torres jugó, en parte, luciendo el rojo y blanco por el que palpita su corazón. Para colmo, cuando acabó el partido, ya desde el banquillo (Mourinho lo cambió en un gesto que para nada revolucionó el encuentro), Torres se fue a por sus amigos en el Atlético y los saludó con afectos cordiales que dejaban entrever la rabia del momento y la alegría de saber que su verdugo era, en realidad, el conjunto de sus sueños.
La afición madrileña desplazada a Londres le agradeció su cariño con cánticos variados a los que él respondió también con aplausos, los mismos que quizá dé el curso que viene a las gradas del Calderón. Porque, aunque él se haga el remolón, lo cierto es que entre sus deseos próximos está el de volver a la ribera del Manzanares a la mayor brevedad posible.
La marcha de Diego Costa al Chelsea y el interés del Atlético por buscarle sustituto quizá le abran las puertas del Paseo de los Melancólicos, siempre y cuando, eso sí, se rebaje (y mucho) su millonario sueldo de dos dígitos acompañado de seis ceros.