Tras ganar en el Vicente Calderón, el Barcelona ganaba su título número 23 de Liga, el primero a las órdenes de Luis Enrique. Se abría así una época de desconocida duración (el asturiano sigue manteniendo el misterio sobre su futuro) pero que, al margen del riesgo de ser corta, podría ser muy fructífera, con la opción del triplete de fondo. La libreta del entrenador se lleva los méritos.
El paso de Luis Enrique por el Barcelona deja una sensación más o menos evidente: que el equipo ya no es tan purista como antes. Con 'Lucho' no son los culés tan identificables como cuando se sentaba Pep Guardiola en el banquillo. Sin embargo, la renovación le ha sentado de maravilla. A cambio de pagar el precio de renunciar parcialmente a unos rasgos que en su tiempo le dieron la gloria pero que le mermaban actualmente, el Barça se ha convertido en un monstruo competitivo.
Buena parte de responsabilidad recae en el olvido de ciertos vicios que provienen de la misma génesis del Barcelona del sextete y la riada de títulos con Pep Guardiola. El más evidente es el del falso nueve. Antes de su fichaje, se fantaseaba que la llegada de Luis Enrique conllevaría un juego más directo en ataque, e indirectamente el fin al falso nueve.
Fue algo que tardó en llegar, pero que fue determinante. Tras Anoeta, Luis Suárez se fue el centro del ataque. Se acabó ver a un Messi que iba y venía en esa parcela del campo, para desplazarle a la derecha. Desde ese instante, el argentino ha vuelto a ser el mejor jugador del mundo. El falso 9, irrenunciable durante tanto tiempo, pasó a mejor vida con el fichaje más caro de la temporada.
La recuperación del pragmatismo ha sido otra de las señas de identidad de este equipo. A diferencia de lo visto en años anteriores, a Luis Enrique no se le han caído los anillos cuando ha creído conveniente ser más conservador. Hemos visto un doble pivote que hacía muchos años que no se exhibía y también cómo en vez de buscar siempre el ataque continuo se ha recurrido en muchas ocasiones a dormir los partidos, con Xavi como principal recurso en esta misión.
También se ha demostrado, por primera vez en muchos años, que hay vida más allá de la posesión en Can Barça. Y con resultados muy positivos. No estamos hablando de una renuncia al balón (la cual no se ha dado), pero sí de una mayor adaptación a situaciones de espera en campo propio, dejando la iniciativa al rival para romper luego con contras vertiginosas. Algo que se relaciona con esta versión más pragmática.
El balón parado ha sido otra de las victorias de Luis Enrique. Con Unzúe como arquitecto, el Barcelona ha recuperado un arma de la que se había olvidado. Una de las estampas típicas de temporadas anteriores era la de los jugadores culés encajando goles en faltas o saques de esquina, o la de los propios futbolistas sacando en corto en estas circunstancias del juego.
Con 'Lucho', todo lo contrario: el equipo se ha vuelto peligroso en ataque y muy solvente en defensa en este aspecto. Que se lo digan a Piqué, máximo exponente: tras los cuatro delanteros, es el máximo goleador del equipo con siete tantos, marca récord en su carrera.
Otras cosas sí se han mantenido, y han dado muy buenos resultados. La presión alta se ha recuperado, aunque el conjunto sea más dúctil se sigue potenciando (y se ha mejorado mucho) la circulación de balón, el gusto por los porteros con toque sigue latente, se ha dado oportunidades a los canteranos...todo ello ha dado lugar a un equipo híbrido. Luis Enrique ha abierto la ventana y vaciado de vicios la habitación.