El derbi entre el Espanyol y el Barcelona volvió a ser el derbi de Piqué. Tras un partido relativamente calmado para el central (sólo le silbaron cuando tocó la pelota, pero no se repitieron los desagradables cánticos de otros partidos), su gol para empatar el partido desató una tensa bronca. El jugador lo festejó mandando callar reiteradamente al estadio de Cornellá-El Prat. Lo hizo con vehemencia y en varias ocasiones. Y en su celebración, un gesto oculto.
Piqué puso el dedo índice en su boca mientras el meñique estaba también levantado. Parecía que, además de hacer callar, ponía los cuernos al recinto españolista.
En la zona mixta le preguntaron si había pretendido hacer algo así. Si en su festejo había sacado los cuernos al público. Piqué, con una medio sonrisa en la cara, respondió: "¿Cuernos? ¿Qué cuernos?". Lo negó muy a su estilo. Dejando en el aire la duda de si, en verdad, la respuesta acertada era la alternativa. La que dejaba intuir la sonrisa.
El riesgo de una sanción
Pero si Piqué lo hizo, si sacó los cuernos al estadio, ¿por qué no lo reconoció? Habitualmente explícito en todas sus declaraciones (ayer, por ejemplo, insistió en lo del Espanyol de Cornellá), quizá no debería haber tenido problemas en reconocer que, si efectivamente lo hizo con intención, sacó los cuernos a los que le habían insultado tantas veces. A él y a su familia. Incluso a su hijo.
La diferencia, en este caso, podría ser normativa. Si Piqué admitiera que, efectivamente, sacó los cuernos, se arriesgaría a una potencial sanción. Podría ser castigado económicamente e incluso sin jugar entre 1 y 3 partidos por menosprecio al público.