Gerard Piqué empezó mal la noche en el Wanda Metropolitano. Parecía que el partido entre España y Argentina iba a ser un día más en la oficina para el internacional español. Pero el final fue totalmente distinto al comienzo. Más sorprendente. Más agradable para el catalán.
Cada vez que se enfunda la zamarra roja, Gerard acaba abucheado por su público. La de anoche no fue una cita diferente. Los silbidos arrancaron en las gradas cuando se recitaron las alineaciones. Siguieron con cada balón que tocó.
Pero poco a poco, según fue pasando el partido y los goles se colaban en la meta de Willy Caballero, el ambiente mutó. Donde antes había sólo una cerrada crítica, empezó escucharse algún tímido aplauso que se transformó progresivamente en un apoyo mayoritario del estadio.
Fue clave una jugada en la segunda mitad en la que, con el equipo español ya embriagado de gloria (el marcador aún reflejaba 4-1), Piqué hizo una gran jugada. El central sacó con clase el balón de la defensa ante la presión de dos argentinos y se animó a irse al ataque avanzando hasta la medular.
Piqué tiró el desmarque para ejercer de extremo y culminar la acción, pero cuando la bola cayó en Iago Aspas, el delantero decidió cuajar una jugada más pausada y no iniciar un contragolpe loco, más cargado de testosterona que de criterio futbolero.
Pese a ello, la valentía y calidad de Piqué quedó grabada a fuego en la retina de los 58.000 espectadores que abarrotaban el Metropolitano (los otros 10.000 eran argentinos) y, cuando Piqué fue sustituido por Azpilicueta (71'), el jugador del Barcelona se llevó una gran ovación, con el público de pie para reconocerle su partidazo y algo más.
Piqué agradeció el gesto y devolvió el aplauso a todo el público mientras algún tímido pitido se dejaba sentir todavía. Pero al contrario del mal comienzo de la noche, las críticas esta vez fueron las menos.