Con palabras lentas, muchos suspiros y alguna lágrima ha llegado lo inevitable, el adiós de Andrés Iniesta al Barça después de 22 años de blaugrana. Como ocurrió con Guardiola hoy justo hace seis años y con Xavi hace tres, es la forzosa noticia que un culé no quiere escuchar y que a los periodistas les cuesta escribir. El trámite de la rueda de prensa este viernes en la Ciudad Esportiva sólo ha servido para certificar lo que era una despedida anunciada, dejar algún nudo en la garganta y preguntarse por qué no ha estado presente Messi, sucesor suyo en la capitanía.
Cuesta asimilar que se nos escape entre los dedos, ligero, como siempre ha jugado él, el hombre que consiguió congelar el fútbol con sus botas. Su casi seguro rumbo a China -no ha querido confirmarlo- nos deja como un recuerdo aún más lejano ese instante de 2010 en el que los rivales, el estadio y España se paralizaron mientras él colocaba la cadera y disparaba para dar al país su primer Mundial.
Esto ha sido algo habitual en la carrera de Iniesta. Conseguir que todo se hiele por un segundo -desde el contrincante hasta las venas del aficionado- y soltar su destello de magia. Una dinámica que ha ejecutado desde el más mínimo regate hasta su segundo mayor momento: el gol en el descuento ante el Chelsea que en 2009 aupó al Barça de Guardiola a su primera final de Champions, que por supuesto ganó.
Se va también el hombre de algodón, el futbolista sincero. Nunca una palabra más alta que otra, nunca un desbarre. Lo suyo era no perder jamás el balón y acariciarlo con el pie hasta conducirlo a su destino. Es un honor decir que Iniesta te ha quebrado y que no le has podido arrancar la pelota de encima. Su plasticidad sobre el césped es un hilo invisible que conecta directamente con el penúltimo Zidane y que en ocasiones deja la belleza de Messi en industria.
Con la raya del pelo partiéndole como un hacha la cabeza, un Iniesta de 12 años llegó al torneo de alevines de Brunete de 1996 con la camiseta de Albacete y unas cuantas fintas después salió con un boleto para Barcelona. También le pretendió el Madrid, equipo del que él era "a todo poder" en esos tiempos, como le dijo a un micrófono de Canal Plus. Pero sus tardes de gloria se las llevaría el La Masía. "Fue terrible el primer día al llegar ahí y quedarme solo", ha recordado hoy en el anuncio de su adiós..
Sería el siempre denostado y últimamente rehabilitado Van Gaal quien le dio la gran oportunidad en 2002 contra el Brujas en Champions. Un debut con el primer equipo del Barça que ya conduciría a lo demás. A base de pocos minutos de propina, Iniesta se fue haciendo su hueco. El reinventor del equipo Rijkaard no le dio la titularidad, pero ya todos sabían lo que era capaz de hacer el '24' cuando cogía el esférico. El manchego de oro ya estaba ahí.
El estallido llegó con la Eurocopa de 2008. Aragonés puso a Iniesta y a Xavi a tocar el piano y la melodía salió casi sola. Se empezó a identificar a estos 'locos bajitos' como el antídoto para nuestros fantasmas, la cura contra los cuartos, Italia, las narices rotas y el bombo de Manolo facturado antes de tiempo en el aeropuerto. Ya era "el de Fuentealbilla", su localidad natal.
Sin embargo, todo no iba a ser tan fácil. Con el Mundial de 2010 a las puertas, Iniesta se rompió. Salió a flote su inseguridad, sus dudas. Se sintió exfutbolista, no le iban las piernas. Del Bosque tuvo que hacer terapia con él. Hubo que convencerle de luchar. Luchó y llegó. El resto es historia y nadie necesita verlo de nuevo por escrito.
El eslalon, como los suyos en el campo, continuó con los laureles de sobra conocidos hasta que encalló en el reconocimiento dinerario. La gestión de la directiva Rosell-Bartomeu no fue capaz de gratificar a Iniesta como era menester, emprendiéndose entonces un culebrón 'renovativo' que ensombreció demasiado las cosas. Al final, muchísimo después de todo, Bartomeu consiguió la renovación 'de por vida de Iniesta'. Aunque ese 'de por vida' no haya llegado al año.
Sea porque se siente mayor, porque no quiere ser un cadáver andante en el campo -como ha dicho en la rueda de prensa-, por dedicarse a sus vinos o por probar el fútbol chino, quizá también porque en la vuelta de Champions en Roma con la actitud del equipo terminó de entender que mejor era irse ahora, el caso es que Iniesta leva anclas del Barça y por lo tanto del fútbol. Queda saber qué pasa con la Selección, pero Iniesta ya ha dejado caer que tras el Mundial de Rusia se acabó lo que se daba.
El fútbol podrá aún congelarse un poco hasta julio.