La nueva primera ministra británica ha confirmado su determinación de trazar una línea divisoria con el pasado para afrontar la salida de Reino Unido de la Unión Europea y no fracturar al Partido Conservador en el intento.
Apenas transcurridas 24 horas de su entrada en el Número 10, Theresa May había completado ya la purga de la guardia pretoriana de David Cameron, de cuyo gabinete sólo se han mantenido en sus puestos los titulares de Defensa y de Sanidad.
Desafiando la reputación que la presenta como una política con excesivo apego a la cautela, May ha sorprendido con una remodelación que además de figuras obvias de su círculo tradicional en sus tiempos en Interior, ha atraído crucialmente a pesos pesados de la facción eurófoba de los tories. Apenas aterrizada en Downing Street, ya ha tenido tiempo de comprobar la impiedad de las críticas, sobre todo, por su apuesta por reclutar como ministro de Exteriores a Boris Johnson.
Francia y Alemania, dos actores clave para garantizar un divorcio sin traumas, han cuestionado ya el nombramiento de quien hasta hace días se consideraba un cadáver político, tras haber protagonizado la caída más abrupta entre el estatus de favorito para relevar a Cameron y diputado raso. El exalcalde de Londres es notorio por un sentido particular de la diplomacia y hay un sector en los propios conservadores que ven su ascenso al frente del Foreign Office un paso arriesgado, si bien podría esconder un movimiento táctico.
Así, aunque Exteriores es una cartera de notable proyección pública, las competencias prácticas que desempeñará han sido reducidas ante la obligación de materializar un Brexit por el que había hecho campaña, no sin polémica. Además, Johnson ha recibido una recompensa indirecta con el despido del ministro de Justicia, a quien consideraba responsable de truncar sus ambiciones sucesorias con la retirada de su apoyo a última hora. Michael Gove ha corrido la misma suerte que otros pesos pesados como los titulares de Educación y de Cultura.
Aunque menos expuestos, quienes moverán los hilos clave para el futuro son dos viejos zorros de la antigua escolta conservadora: David Davies, un veterano euroescéptico de lengua afilada que asumirá el ya conocido popularmente como ministerio del Brexit; y Liam Fox, aspirante truncado a líder en dos ocasiones, que ahora será el responsable del trascendental departamento de Comercio Internacional, es decir, el que se encargará de establecer las nuevas relaciones de mercado una vez fuera de la Unión Europea.
También fundamental será el papel del nuevo titular del Tesoro, uno de los más fieles a la primera ministra, a quien ha demostrado su determinación por amoldarse a la nueva dirección de gobierno con una notable relajación de la posición fiscal por la que Philip Hammond era conocido. Si ya como candidata May había descartado el presupuesto de emergencia que George Osborne había dado por hecho en caso de Brexit, su nuevo vecino en el Número 11 ha adoptado la cautela de su jefa y ha avanzado que se limitará a presentar el habitual Discurso de Otoño "de manera ordinaria".
Considerado hasta ahora representante de los halcones, Hammond ha suavizado incluso su aproximación al déficit: aunque reconoce la necesidad de reducirlo, dadas las circunstancias derivadas del Brexit, advierte de que habrá que evaluar "cómo y cuándo".