"Llamadme Ismael", así arranca uno de los clásicos de la literatura universal, 'Moby Dick', novela publicada en 1851 por Herman Melville. Su narrador, el marinero que da nombre a ese inicio, toma la decisión de embarcarse en un ballenero. Su misión, pues, será la de dar muerte a estos animales. Casi dos siglos después, esa suerte de 'grito de guerra' bien podría Japón darle vigencia, esta vez fuera de la tinta y de la celulosa. Se trata de la nación más interesada actualmente, junto con Islandia y Noruega, en la caza de estos cetáceos, toda vez que, desde 1986, existe una moratoria que prohíbe su captura. Esta semana ha tenido lugar la cumbre de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) en Florianópolis, Brasil. Está constituida por 89 gobiernos y tiene como principal objeto la gestión de ejemplares y servir de garante de su supervivencia. Ha ganado la postura conservacionista en pos de las ballenas, en la que España está incluida.
El país nipón se presentaba con el argumento de la recuperación de las poblaciones, aunque no hay un informe científico que avale su tesis, y con el claro objetivo de levantar la moratoria, si bien se ha desentendido de ésta cuando le ha parecido conveniente. Sin ir más lejos, este verano ha acabado con 177 de estos mamíferos en el Pacífico Norte. Anualmente, a nivel mundial, se matan aproximadamente a 600. En la CBI, sin embargo, ha resultado victorioso finalmente el no a la explotación pesquera de estos cetáceos, en una tensa votación que aumenta, aún más, la división y diferencias entre miembros cazadores y los conservacionistas. De hecho, el viceministro de pesca japonés, Masaaki Taniai, amenazaba con sacar a su país de la Comisión al término del recuento. ¿Pero dónde reside el verdadero interés japonés por la caza de ballenas? ¿Se trata de una cuestión económica o cultural? ¿O, quizás, ambas? Desde su Agencia de Pesca defienden que son prácticas "científicas".
Japón asistía a Brasil en la misma línea que en las anteriores cumbres de la CBI, que se reúne cada tres años en una sede distinta. Su posición procaza es inamovible. Innegociable. De hecho, para asegurarse compañeros de viaje en las votaciones "ha llegado incluso a importantes acuerdos económicos con países satélites sin tradición ballenera alguna", afirma Luis Suárez, responsable de especies de WWF, para ecoDiario.es. España, por su parte, también era un país con tradición ballenera. Hasta que se posicionó de lado de la moratoria, hace 32 años, las cazaba. Las últimas factorías estaban situadas en Cangas de Morrazo, Galicia.
Sin embargo, la cuestión clave de esta 67ª edición, ya conocida como la 'Propuesta de Florianópolis' que busca proteger ad eternum la vida de las ballenas y que no ve en su caza una actividad económica de necesidad, no ha caído, como avanzábamos, del lado de las pretensiones niponas. Concretamente, 41 países se han posicionado a favor de respaldar la moratoria por los 27 que se han manifestado en contra, mientras que el resto han resultado abstenciones o no presentados. Esta resolución no es vinculante, pero sí sienta las bases para su preservación de por vida.
Desde la Agencia japonesa de Pesca, a la sazón organismo dependiente del Gobierno, argumentan que "nuestro país no ha llevado a cabo actividades comerciales de caza de ballenas. Sin embargo, sí realizamos investigaciones sobre ellas. Recopilamos datos científicos para su mejor manejo, recursos y explotación sostenible". No en vano, en WWF defienden que no es preciso su muerte para la investigación y avisan de "metodologías no invasivas e igual de eficaces. Eso es ciencia del siglo XXI", admite Suárez a este periódico.
Se antoja, efectivamente, complejo hilar el sacrificio de 177 ejemplares sólo este verano con la justificación de indagaciones para la ciencia. Por tanto, siguiente pregunta en la búsqueda de la razón que motiva su férrea postura. ¿Existe realmente un negocio con su comercialización? Esto es, ¿mueve una gran cantidad de dinero la carne de ballena? En esa línea, cabe destacar la existencia de informes de la anterior cumbre que reflejan que su demanda en supermercados japoneses es muy minoritaria. De hecho, hay stock de producto ultra congelado. La Comisión sí ha aprobado, por otra parte, una cuota de pesca aborigen por un periodo de seis años revisables.
Juantxo López de Uralde, director de Greenpeace España durante una década y hoy diputado nacional por EQUO, abunda en la cuestión en declaraciones para este medio, "esa carne termina en algún restaurante de Japón, también la de Noruega e Islandia, que envían toda para allá. No hay mercado interior, lo intentan reactivar, pero con poco éxito. De hecho, esa actitud hasta genera rechazo en algunos restaurantes porque hay concienciación de que tienen que continuar con su vida".

Pegatina en un restaurante islandés. Imagen: Propia
Es en este punto cuando Suárez de WWF expone que "la actividad económica real está en mantener los puestos de trabajo asociados a la caza y a la gestión de la carne, aunque haya mucha sin salida en stock" y explica que "el otro motivo es una especie de supremacía. Mantener el honor del país en el tema de la pesca. Es una mezcla de asunto nacionalista con tema económico. Por mantener la flota y esos trabajadores, unido al empecinamiento de no reconocer que es de otra época". Por su parte, López de Uralde expresa una conclusión muy semejante, "es la cuestión política de tradición por 'derecho'. Negocio real no hay. Ya se ve el ejemplo de Islandia, donde han comprobado que es mucho más rentable el avistamiento".
Turismo ballenero
Precisamente, en Islandia nos encontramos con una pegatina en la puerta de un restaurante que avisa de que no sirven carne de ballena. Aquí han encontrado una alternativa a la explotación cazadera: el turismo ballenero. Esta actividad deja un rédito crematístico mucho mayor que su muerte y se está convirtiendo en uno de los principales motores económicos, especialmente en pueblos marineros donde como consecuencia del avistamiento se incrementa también el hospedaje de los turistas. En palabras de López de Uralde, la observación en vivo "deja, anualmente, alrededor de 20 millones de euros en el país islandés, además de ser infinitamente más sostenible".
En España, comienzan también a darse este tipo de excursiones, si bien aún se encuentran en desarrollo. Por ahora, se trata de una opción minoritaria y ligada a un perfil visitante más técnico, pero que pretende abrirse un hueco en el espectro general. No en vano, en zonas como el Estrecho en Tarifa o Mutriku en el País Vasco cuentan ya con barcos que zarpan a realizar avistamientos.
El Santuario y 'otras cuestiones'
"La convención discute eternamente sobre algo que, para mí, debería de estar ya superado y que quita tiempo de debate a otras cosas mucho más actuales. Las últimas tres cumbres han ido en esta senda", rubrica Suárez. Es cierto que otras cuestiones han quedado relegadas a un segundo y tercer plano durante esta semana. Una de ellas, por ejemplo, es una propuesta que se arrastraba desde hace tres lustros: el Santuario de Ballenas Atlántico Sur. Sería un espacio de 20 millones de kilómetros cuadrados en mencionado lugar. Una suerte de equivalencia a parque natural, pero marino, donde no se faenaría y se respetaría el medio y a estos cetáceos. En esta ocasión, se votó a favor, pero quedó rechazada esta idea, emanada de Brasil y de Argentina, al no alcanzar una mayoría cualificada de dos tercios, que se requiere para cambios sustanciales. Japón votó en contra de esta propuesta.
Mientras el santuario deberá esperar, hay otras situaciones cuya intervención se antoja prioritaria, esto es, la gestión del entorno. Por ahí, el tema de las colisiones. Por ejemplo, en Canarias hay una zona de choque entre ferries y cachalotes. O los plásticos, cada vez más presente en kilos y kilos en los estómagos de cetáceos varados en las playas. Y más realidades tales como el calentamiento de las aguas, la contaminación química, con las manchas de petróleo, o la contaminación acústica, problema acuciante en la actualidad. Ésta se produce con las maniobras militares. El uso del sónar de alta frecuencia desencadena una elevada mortalidad en calderones, de la misma forma que los sondeos para detectar bolsas de petróleo. Y, por supuesto, los restos de pesca como redes o anzuelos que, según WWF, se cobran al año la vida de 300.000 ejemplares de marsopas, delfines o calderones, provocando su muerte al quedarse enganchados. Y es que no es igual bañarse un día en el mar que vivir en él. Como muestra, hoy la ballena atlántica se reduce a una pequeña población y los científicos ya dudan de su viabilidad.
López de Uralde concluye que "las ballenas son seres emblemáticos, simbólicos de la naturaleza marina y no hay necesidad de comerlos. Soy vasco y en Euskadi cazábamos más que nadie, pero se acabó porque la sociedad va por otros caminos" y agrega que "a pesar del daño que les hemos hecho son seres pacíficos; alejados de la imagen de Moby Dick".