Uno de mis primeros recuerdos futboleros se guarda detrás de un pasado álbum de cromos en el que salía dibujado el mítico gol de Zarra. Con las piernas arqueadas en pose vaquera, el delantero se adelantaba al meta Williams y marcaba el 1-0, que a la postre supuso el mejor puesto de España en un Mundial.
Yo soñaba con ese cuarto puesto en Brasil 1950 y me imaginaba a Zarra, una y otra vez, marcando el gol. Pero el bueno de Telmo me ha engañado durante muchos años. Repasando una de las muchas tablas de resultados que estos días repiten los periódicos en sus páginas de deportes me he llevado la mayor desilusión de mi vida. No hacía falta que Zarra hubiera marcado su gol para que España hubiese quedado cuarta en el Mundial. Con un empatito nos hubiera servido.
Táchenme de tiquismiquis pero a mí nadie nunca me contó esto. Con la calculadora en la mano, España hubiese pasado a la liguilla final por delante de la Pérfida Albión tanto si hubiera marcado o no el delantero de La Roja el gol más famoso de la Selección hasta que Marcelino y Torres hicieron justicia años después.
Cuestión de sentimientos
Con los sentimientos no se juega. El gol de Maceda eliminó a Alemania en la Eurocopa de Francia. El de Señor, se llevó por delante a la cándida Malta. La victoria de España en Yugoslavia, con botellazo incluido a Juanito, nos dio derecho a soñar... Pero Zarra me engañó, su gol fue estéril Y eso que lo metió en el mismo escenario donde días después Uruguay asestó el mayor golpe deportivo de la historia de Brasil.
¿Quién me devuelve a mí la ilusión de cuando llevé al colegio un dibujo del gol? ¿Por qué no me avisó el bueno de Matías Prats en el Nodo? Sólo faltaría que lo hubiese metido en fuera de juego. Para el niño que todavía me martillea de vez en cuando los recuerdos el gol está anulado.