La segunda votación de la sesión de investidura a la que se ha sometido Pedro Sánchez desde el pasado día 1 terminará previsiblemente con el rechazo general al candidato, como ya ocurrió en la primera ronda. Escuchadas las posiciones de los grupos parlamentarios y la forma con la que defendieron esas posiciones, sólo un milagro inexplicable basado en un cambio de postura digno de funámbulo podría cambiar las previsiones.
El líder socialista recibe un 'no' multiplicado por 219, un 'no es no' con meridiana claridad hasta el punto de que alguien podría preguntarle qué parte del 'no' es difícil de comprender para él. Según esa lectura de lo ocurrido, Sánchez habría fracasado en su decisión de aceptar el encargo del Rey para acudir al Congreso a solicitar la confianza de la Cámara y tratar de formar gobierno después. Una percepción equivocada.
Lo ocurrido durante estos cuatro días de marzo ha afianzado la posición del secretario general del PSOE y ha cumplido con creces sus expectativas y sus pretensiones: se ha reforzado internamente y ya nadie le cuestiona entre sus filas, ha ocupado la centralidad del debate político y ha llevado la iniciativa, ha llevado a su terreno a Ciudadanos y ha erosionado a los demás. Un verdadero jaque realizado con un sólo movimiento de piezas en el tablero.
Si por el camino hubiera ocurrido el milagro por el que ha clamado Manuela Carmena, que su antagonista de izquierdas Podemos reflexionara y se abstuviera en la segunda votación, miel sobre hojuelas. La Moncloa estaría abierta de par en par para el candidato. Pero eso no es determinante en esta estrategia. La no investidura de Sánchez ha logrado además de esos objetivos máximos dos cosas impagables para sus intereses: que Pablo Iglesias se retrate ante la opinión pública una vez más, ahora en sede parlamentaria, con la zafiedad de su discurso insultante y mitinero, y que aparezcan grietas internas en su monolítico mensaje, nada menos que por parte de la alcaldesa de la capital de España, la mayor plataforma de poder que hasta ahora tiene Podemos.
Por tanto, la triunfalista lectura que el PP hace de este fracaso de investidura es un grave error. Lo único que debe celebrar este partido es que, mientras la batalla por el espacio de la izquierda se hace más intensa y despiadada, la batalla de la derecha la tiene ganada y se ha quedado sin rival, porque Ciudadanos ha decidido renunciar a su posible electorado conservador al pactar a solas con los socialistas. Desde que se firmó el pacto, escuchar las declaraciones de los dirigentes de Ciudadanos es lo más parecido a escuchar al PSOE. Corre peligro de quedar desnaturalizado por completo si no corrige esa impresión general.
El histórico Pacto de El Abrazo no ha sumado ni un solo apoyo, es más, ha perdido el único que tuvo con la diputada única de Coalición Canaria. Pero no era ese el objetivo. Hay una diferencia entre la actitud de Rajoy al rechazar someterse a la investidura y la de Sánchez de ofrecerse voluntario ante el Rey: el segundo necesitaba como el comer reforzar su figura política, y vaya si lo ha logrado.