
Allá por el epílogo del siglo pasado, cuando en el fútbol español aún quedaba algún vestigio de jugador con poco pelo, bigote, medias caídas y barro en la camiseta y las marcas de ropa interior masculina todavía no habían descubierto los abdominales de los futbolistas (o viceversa), un rudo y lenguaraz entrenador galés ocupaba el siempre incómodo banquillo del Real Madrid.
Tras una nueva derrota estrepitosa, el mítico John Benjamin Toshack trataba de lidiar con las preguntas capciosas de los periodistas en sala de prensa tirando de su habitual flema británica: "Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores, los martes a siete u ocho, los jueves a cuatro, el viernes a dos, y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos once cabrones de la semana pasada".
Puede que el presidente Mariano Rajoy, madridista de pro, que tardó exactamente los mismos siete días que el bueno de Toshack en dirimir a los titulares de sus 13 ministerios, recordara aquella legendaria y socarrona reflexión futbolísitica en el momento de decidir la tripulación a enrolar en su particular Nautilus de Gobierno en minoría.
O no. El caso es que después de una interminable semana con la tropa periodística jugando a la quiniela e invocando el patas arriba, Rajoy tiró de manual de marianismo para volver a ponerlo todo patas abajo. Si alguien pide emociones fuertes, ahí está Mariano para tranquilizar a la grada. Sosiego way of life.
Como a nadie se le ocurrió incluir una nimiedad como la elección de los ministros en los acuerdos para la investidura, el presidente nombró a los violines de su orquesta como si tuviera 300 diputados. Sin contar con nadie y tarareando un pasodoble. Ah sí, y con un escueto comunicado a las siete de la tarde. La gestora del PSOE quiso transmitir rechazo e indignación en la rueda de prensa posterior, pero no coló mucho. Ciudadanos bien, gracias.
Maquillaje
Salen tres, entran seis y se mantienen siete de las diez espadas que aún blandían cartera. Esas son las cuentas. Los pilares, ni tocarlos. Luis de Guindos y Cristóbal Montoro en el eje de la zaga económica, Fátima Báñez y su reforma laboral en la contención, Rafael Catalá por la banda de la Justicia, Isabel García Tejerina cuidando el césped de la Agricultura, Íñigo Méndez de Vigo para bajar el balón de la Lomce mientras comenta las jugadas los viernes y Soraya Sáenz de Santamaría de eterna segunda entrenadora pero sin dar ruedas de prensa. Decreto a decreto.
Sobre las bajas, lo esperado. Un Jorge Fernández Díaz amortizado y reprobado por toda la oposición deja el convulso cargo de utilero de Interior en manos de José Ignacio Zoido, nuevo en lides ministeriales pero con años de mili en Andalucía. José Manuel García-Margallo, siempre dispuesto a decir exactamente lo que piensa, abandona su ministerio exterior del verso libre para despejar el camino al diplomático Alfonso Dastis, del que dicen que es lo más anti-Margallo que uno pueda imaginar. Por último, Pedro Morenés se jubila como mariscal de campo en Defensa para abrir las puertas de un ministerio de Estado a María Dolores de Cospedal, aún general secretaria del PP. Mando militar y mando de partido, una coincidencia que deberá ser subsanada próximamente.
Para los nuevos, Rajoy ha tirado de cantera. El pequeño fontanero económico de Moncloa, el hasta ahora director de la Oficina Económica del presidente, Álvaro Nadal, se encargará de la cartera de Energía, Turismo y Agenda Digital. La catalana Dolors Montserrat, curtida con una década en el escaño raso y últimamente versada en tertulias televisivas pesca la cartera de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Por último, el alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, ocupará el ministerio de Fomento.
Píldoras para el equilibrio
Si hay algo que valora el facultativo Rajoy en el tratamiento de los síntomas políticos de su mandato es la tranquilidad. La suya, se entiende. Es por eso que el presidente ha optado por seguir aplicando las mismas recetas incluyendo pequeñas dosis de medicamentos contra la pérdida del equilibrio.
En el eje Santamaría-Cospedal, una de las dicotomías de poder popular más conocidas, Rajoy ha limado el poder de la primera pero sin grandes estridencias. O más bien le ha quitado el altavoz a su número 2. Le ha apagado la imagen. Sáenz de Santamaría no será portavoz del Gobierno y no llenará la pantalla todos los viernes antes de comer. Será Íñigo Méndez de Vigo el encargado de salir a la palestra cada semana, quizás porque las malas noticias se digieren mejor si te las cuenta una cara amable. A cambio, Santamaría mantiene la vicepresidencia, el control del CNI y suma a sus labores el cargo de Administraciones Territoriales, o lo que es lo mismo, lidiar con Cataluña en el año del advenimiento del referéndum.
En la otra parte, María Dolores de Cospedal por fin entra en un Gobierno. Y no en cualquier ministerio. La cartera de Defensa parece lo suficientemente importante como para que haya distensión. Además, Rajoy mantiene a Cospedal como número 2 del partido hasta el Congreso de febrero, en principio.
En la otra bicefalia gubernamental, quizás menos enconada que la anterior, vuelven a encontrarse Luis de Guindos y Cristóbal Montoro. Sonadas y públicas son sus contradicciones. Sin embargo, también aquí Rajoy ha tirado por la calle de en medio, para variar. Tras no poder buscar acomodo en las instituciones europeas, el ministro de Economía ha aceptado Gobierno como animal de compañía. Tendrá la citada cartera más la de Competitividad, otra que ya tenía, a la que sumará Industria, la de su depuesto amigo José Manuel Soria.
Con esto, el presidente descarta crear el tan mentado superministerio con Economía y Hacienda juntas. Al otro lado, Montoro se queda exactamente donde estaba, porque se sabe los números y porque ha estado escondido el tiempo suficiente como para que nadie se acordara de él, después de una legislatura marcada por alguna que otra salida de tono. Ambos volverán a pilotar el barco de la cacareada recuperación económica, en la base de una férrea defensa que Mariano Rajoy ha vuelto a diseñar a su antojo. Si John Toshack ha seguido los nombramientos, seguro que se le habrá escapado una sonrisa. Parece que la flema no es solo cosa de británicos.