Cuando hoy se cumplen 60 años de la creación del Estado de Israel, el mundo sigue observando a este pequeño estado, enclavado en pleno corazón de Oriente Medio y cuyo territorio no es mayor que León, Zamora y Salamanca juntas, entre la admiración y la condena.
Pero a pesar de todo, nadie pone en duda el milagro vivido por este pequeño pero poderoso país que fue creado por la necesidad de asentar a los supervivientes de los campos de exterminio nazis, en un afán de las potencias vencedoras para intentar lavar su imagen. Muchos gobiernos de entonces apoyarían en pleno avispero árabe la creación de lo que hasta entonces parecía una simple utopía: un estado judío. "Sentíamos que teníamos un trabajo que hacer. Sabíamos que teníamos que construir algo que iba a significar algo" afirmaron muchos padres de la patria, como Yossi Harel, el mítico comandante del barco Exodus fallecido hace escasos días.
Lo cierto es que muchos como Harel convirtieron,a finales de los años cuarenta del pasado siglo XX, un árido desierto en una auténtica potencia militar y tecnológica a principios del siglo XXI. Esto sólo ha sido posible gracias a la mentalidad de los inmigrantes que asumieron la necesidad de dejar atrás sus raíces y plantar su vida en Israel y para Israel. "Creímos que Israel era la tierra de miel y leche. Pero descubrimos que uno tiene que trabajar por esa miel y esa leche y a ser posible, producir más de lo que consumimos para los que deben llegar aún" afirmaba un inmigrante etíope.
Los problemas de Israel
Pero cuando el país cumple su sexagésimo aniversario, dos son los motivos de preocupación y que provocan actualmente una importante crisis económica: la reducción del flujo migratorio hacia Israel y el impresionante gasto militar, mantenido desde el mismo año de su creación como Estado independiente.
"El Estado de Israel permanecerá abierto a la inmigración judía y al crisol de las diásporas; promoverá el desarrollo del país para el beneficio de todos sus habitantes; estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel" dice la ley como principio fundamental de la Alia, la inmigración judía a la tierra prometida. La mayoría de los ciudadanos israelíes provienen todos ellos de familias judías de la diáspora que llegaron en el siglo XX, escapando de la discriminación y la persecución en Europa, Oriente Medio e incluso de la hambruna en el cuerno de África.
A éstos se sumarían los casi un millón de musulmanes y árabes cristianos que también cuentan con la nacionalidad israelí. La inmigración ha sido el gran motor del país, un factor importante para que Israel mantuviese su identidad como Estado judío y también su estabilidad económica. Pero ese motor ha sufrido una fuerte desaceleración desde 1988. Según datos de la Agencia Judía, el pasado año llegaron a Israel tan sólo 20.000 nuevos inmigrantes, ante los 688.000 que llegaron sólo entre 1948 y 1951.
Desde 1967, tras la victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días y hasta 1973, tras la Guerra del Yom Kippur, Israel salió de un estancamiento migratorio. El sentir judío hizo que llegasen a Israel casi 182.000 inmigrantes. También el colapso de la antigua Unión Soviética hizo que, entre 1989 y 1996, llegasen al país 700.000 judíos, convirtiéndose en una importante fuerza laboral. Curiosamente ante la falta de nuevos inmigrantes, Israel deberá luchar contra sus propias leyes discriminatorias si desea que ciudadanos no-judíos, procedentes de otros países emigren a Israel para mantener los necesarios índices de población activa.
En 1995, la oficina de estadística del Gobierno de Israel introdujo varios parámetros en los "grupos poblacionales": judíos y otros y árabes. El informe incluía judíos y cristianos no árabes, cayendo en esta última categoría los inmigrantes de la antigua URSS, y los no clasificados por religión, dentro de los cuales estaban incluidos los musulmanes, los cristianos árabes y los drusos.
La distinción entre judío y no judío
En primer lugar, sirve como base para una amplia legislación discriminatoria. Por ejemplo, la Autoridad de Tierras de Israel (ATI) prohíbe el arrendamiento de la tierra bajo su control (el 92 por ciento de la tierra de Israel pertenece al Fondo Nacional Judío) a los no judíos. Restricciones del mismo tipo se imponen a los no judíos en lo relativo al acceso al agua para la agricultura o a la accesibilidad a la asistencia y ayuda financiera del Gobierno.
Además, para la naturalización, Israel practica el llamado 'jus sanguinus', según el cual la sangre o la etnia son los elementos definitorios para poder ser ciudadano de pleno derecho. Así, automáticamente la ciudadanía israelí se concede a judíos y otros cristianos, pero nunca a los no judíos.
"Por su naturaleza, esta versión de la nacionalidad engendra intolerancia hacia los extranjeros, desarrolla la idea de que grupos étnicos o religiosos que viven como tales en un país no pueden ser integrados dentro del espíritu o la sustancia constitutiva del país, aunque sus ancestros hayan vivido allí por siglos" escribió el comentarista y analista del prestigioso diario Ha'aretz, Aharon Barnea. El analista concluye su análisis afirmando que, "las actuales leyes discriminatorias y el actual carácter del Estado de Israel, que por un lado aspira a ser democrático y por otro, a ser el Estado del pueblo judío, conduce a una contradicción que sólo puede terminar en calamidad, discriminación, guetos y crisis económica sin precedentes".
Más que EEUU
El segundo problema que lleva a Israel al pozo negro de la crisis económica es el ingente gasto militar al que se ve sometido. Israel es, según datos de la Agencia Central de Inteligencia, el país que mayor gasto militar sostiene con respecto a su PIB, incluso delante de otros como Estados Unidos, Egipto, Francia y Reino Unido. Se puede decir que los conflictos bélicos generados con sus vecinos árabes, desde el mismo día de su creación como Estado, en 1948, han supuesto para Israel un lento y agónico camino hacia su crisis económica. "Lo que no consiguieron los árabes con sus tanques y aviones, es decir el sometimiento militar de Israel, lo están consiguiendo pasados 60 años con el sometimiento económico de Israel" afirmaba hace unas semanas un analista financiero israelí. A esto se suma el coste militar de la ocupación y el alto presupuesto necesario para mantener la seguridad de los asentamientos y del casi medio millón de colonos judíos en Cisjordania. Los viejos lemas de paz por territorios o seguridad por territorios, se están transformando para los ciudadanos de Israel en otros como paz por menos presión fiscal.
El ingente gasto militar ha disparado el gasto fiscal y la creciente inflación ha generado una fuerte presión en la economía de Israel. Cada vez en mayor medida, los ciudadanos reclaman a sus gobiernos, tanto al Likud como a los laboristas, que distribuyan mejor los casi 3.000 millones de dólares (2.000 millones de euros) que cada año EEUU entrega a Israel en concepto de ayuda. De ellos, 1.200 millones de dólares como concepto puro de ayuda económica y 1.800 millones de dólares en concepto de ayuda militar. Muchas organizaciones de ciudadanos piden hoy, en el Israel del siglo XXI, más hospitales que aviones, más escuelas que tanques, incluso estando dispuestos a rebajar la seguridad (militar) para alcanzar una menor presión fiscal.
Lo que está claro es que aquellos inmigrantes que conformaron el Israel de 1948, dejando atrás en sus países de origen incertidumbre, violencia, persecución política y religiosa y crisis económica, continúan encontrando bastante de todos estos problemas en el Israel del siglo XXI. Es posible también, que el sueño del tan ansiado Estado Judío pueda convertirse en una pesadilla, por lo menos económicamente hablando, para sus propios ciudadanos si éstos no aprenden a convivir con otras razas y credos. La aceptación de una inmigración no judía y la solución del costoso problema palestino, tanto desde el punto de vista económico como militar, ayudará a estar más cerca de ese gran sueño llamado Israel, que hoy cumple 60 años.