Se ha dicho y se ha escrito, con razón, que Podemos ha acertado plenamente en el diagnóstico de situación, aunque tiene muy difícil acertar con la terapia que hay que aplicar para salir del atolladero. Y, por lo que se ve, estas dificultades se manifestarán sobre todo en el terreno de las definiciones.
Porque la organización dirigida por Pablo Iglesias -desde la sombra hasta la adquisición de la estructura formal este pasado fin de semana- acaba de transitar por el paraje más apetecible que podía soñar un dirigente político: el de verse apoyado e incluso jaleado antes de exhibir un programa con el que consumar el contrato con los electores. Pero este estado de gracia ha concluido: ahora, Podemos es ya una fuerza más y está bajo el escrutinio de los focos.
De hecho, cuando todos presumíamos que la organización naciente se inscribiría en la izquierda, el grupo dirigente de Podemos se ha cuidado de explicarnos que ellos no son "ni de izquierdas ni de derechas". Si estos jóvenes tuvieran unos años más, hubiesen huido de semejante definición, que remueve la memoria colectiva puesto que recuerda inequívocamente los textos joseantonianos non sanctos de los que bebió el primer franquismo, el anterior a la contaminación tecnocrática.
"Revolución centrista"
De hecho, Pablo Iglesias ha tenido incluso la osadía de afirmar en público su tendencia centrista. Con lo cual, puesto que esta formación rechaza explícitamente la vía reformista y apuesta por poner fin al régimen salido de aquella transición que abomina, habrá que pensar que el invento que se nos va a proponer va a ser una especie de "revolución centrista". Todo un hallazgo en los anales del populismo europeo.
A partir de ahora, Podemos tiene que afrontar sin embargo la prueba más ardua e ingrata: llenarse de contenidos. Ya sabemos que piensa 'reestructurar' la deuda exterior; que no le agrada a OTAN aunque duda que sea posible salir de ella; que la renta básica que piensa implantar será en función de las condiciones económicas del beneficiario. A medida que se emitan criterios, se abracen axiomas, se esgriman principios, la formación naciente se irá cargando de amigos y de enemigos. Es fácil agradar cuando se es una promesa; ya no lo es tanto cuando se baja a la arena y se convierte uno en realidad.
Porque, además, los ideólogos de Podemos tendrán que explicar qué quieren decir cuando aseguran que se proponen "acabar con el régimen de la transición". ¿Significa que piensan terminar con el sistema parlamentario? ¿Abominan del modelo sociopolítico de representación que tienen todas las democracias desarrolladas del mundo? ¿Piensan terminar con la democracia semidirecta -la elección de representantes a través del sistema de partidos políticos- para sustituirla por algún otro modelo asambleario, de democracia directa, del que no existe un solo modelo convincente en el mundo?
Acabar con el régimen de la Transición, ¿quiere decir que ya no habrá más separación de poderes conforme al conocido esquema de Montesquieu, sino que el poder se repartirá de otro modo, por ejemplo en cinco poderes -legislativo, ejecutivo, judicial, ciudadano electoral- como hace, pongamos por caso, la pintoresca constitución bolivariana de 1999? ¿O significa más bien enmendar los catálogos de derechos civiles -los derechos burgueses- que nos asimilan con la tradición occidental y que forman parte irrenunciable de nuestra identidad civil?
¿Quiere decir, en definitiva, Pablo Iglesias, que debemos dejar de mirarnos en el espejo histórico de la Revolución Francesa, o que regímenes clásicos como el norteamericano, basado en una Constitución que ya ha cumplido dos siglos, deben ser revisados para adaptarlos a los tiempos que corren?
Las gentes de Podemos, sin duda bien formadas y con un bagaje intelectual importante, tienen todavía que poner pie a tierra, que mostrarse a los ojos de todos tal como son, que adentrarse en la política real con sus grandezas y sus miserias, que aceptarse con sus contradicciones inevitables.
En ninguna disciplina al alcance de los seres humanos hay espíritus puros, y mucho menos en política, un espacio en el que la sociedad de este país ha aprendido a leer casi todo entre líneas. Que no crean los recién llegados que conservarán el embeleso angélico más allá de las primeros traspiés; que mantendrán su encanto virginal después de que se compruebe que, como a todos los demás partidos del arco ideológico, les resulta muy difícil cuadrar las cuentas que delimitan sus promesas.