El miedo es una emoción primaria cuya función es ponerse a salvo de un peligro cuando dudamos de nuestra capacidad para afrontar o superar una situación amenazante. Es tan antigua como el hombre, y también es útil y sana, imprescindible para sobrevivir. El problema está en cómo canalizamos ese miedo. Nuestra reacción suele llevar a dos extremos: la victoria o la frustración. La elección entre pelear y huir, entre ignorar o atacar, marca la historia de los éxitos y los fracasos.
Entre los temores más frecuentes, está el miedo a perder. Lo saben bien los deportistas, para quienes el fracaso es el pan de cada día, y, aunque en menor medida, los políticos, especialmente cuando se enfrentan al veredicto de las urnas. Y si no querían caldo electoral, este año tienen cuatro tazas.
Ni en el juego ni en la política hay una fórmula mágica que evite el fracaso, pero una respuesta eficaz suele pasar por tener clara la estrategia y no confundir el objetivo. Ni lo uno ni lo otro se le está dando bien al Partido Popular de Mariano Rajoy y su campaña electoral.
Primero fue Podemos el enemigo a batir. Durante meses, los dardos se centraron en el partido de Pablo Iglesias, ninguneando incluso al PSOE. Pero tras el batacazo electoral en Andalucía, que demostró un importante trasvase de votos del PP hacia Ciudadanos, la diana se ha colocado en la formación de Albert Rivera.
Las respuestas ante el miedo
Hace meses un exministro me advertía de que en Génova se hablaría, y mucho, de Ciudadanos. "Les preocupa mucho más de lo que en su día les preocupaba UPyD", señalaba. Y lo cierto es que la reacción del equipo de Rajoy ante el partido de Rivera se parece mucho a los distintos patrones ante el miedo a perder.
El día después de los comicios de Andalucía, el líder de los populares no vio necesario hablar de Ciudadanos durante el análisis del resultado electoral. Cuando algo nos asusta, es común que finjamos ignorarlo.
Días antes, y quizá intuyendo lo que pasaría en las urnas, la cúpula popular centró sus esfuerzos en dibujar a Ciudadanos como un partido catalán, sin un proyecto para el conjunto de España. Se ordenó citar a la formación en catalán, e incluso se atacó el nombre de su líder, con el famoso "yo no quiero que me gobierne un presidente que se llame Albert" lanzado en la campaña andaluza. Menosprecio, otro patrón habitual frente al miedo.
Pero el enemigo seguía ahí. Ciudadanos tiene un líder joven, comunicativo, y a pesar de que lleva años en política, los votantes le perciben como una cara nueva que, además, no arrastra el lastre de la corrupción. La primera -y extraña- fase de la estrategia de ataque fue intentar identificarlo con el PSOE. Después, el mensaje viró a criticar su pasado, cargando contra Garicano por pedir el rescate para España en 2012, y sus ideas, comparando las propuestas de Rivera con la troika.
Y cuando el mantra parecía definido, llegó ayer el ministro de Sanidad, Alfonso Alonso, y admitió el error de despreciar al adversario, en referencia a Ciudadanos, y abrió la puerta a un pacto con la formación si "juega en el centro".
Para completar la esquizofrenia popular, capítulo aparte merece el frente madrileño, donde no sólo se desmarcan, sino que halagan abiertamente a Rivera: "Es una pena que no está en el PP", dijo hace una semana Cifuentes. ¿Se imaginan a Rivera regresando al PP? Él, probablemente, no.