El inmovilismo de Mariano Rajoy para intentar ese Gobierno tripartito con PSOE y Ciudadanos que defiende ha pasado de ser esa actitud de laissez faire, laissez passer que define la personalidad y la actitud política del presidente en funciones a convertirse en la gran maniobra de los estrategas de Moncloa para recuperar la iniciativa y, con ella, asegurarse la Presidencia y el control del nuevo Ejecutivo cuatro años más.
Eso sí, con el paso previo de unas nuevas elecciones en las que las encuestas, las propias y las de los institutos y empresas de opinión privados, le garantizan un significativo avance en votos y en escaños con respecto a los obtenidos en diciembre.
Los resultados de los sondeos publicados durante el pasado fin de semana reflejan ya esta mejoría en la intención de voto de los populares, que han vuelto a respirar tras el susto inicial del idilio peripatético entre Pedro y Pablo del miércoles, más propio de los reality shows que de la función política.
Pero, por encima de estas predicciones ajenas, lo que ha propiciado el cambio en las actitudes y expectativa de Génova y Moncloa es la encuesta interna que manejan el mago Pedro Arriola y sus fontaneros, en la que los populares sacarían hoy un millón de votos más que el 20-D y con tendencia al alza. Son los votos de quienes, defraudados, se pasaron a la abstención, pero que vuelven al redil por el miedo a un Gobierno de izquierdas con Podemos.
Un horóscopo favorable al que se suma el enfriamiento de las expectativas de ese Gobierno del cambio por las advertencias y la inflexibilidad de Ciudadanos, la reiteración de las líneas rojas de los barones socialistas a su secretario general, y los conflictos internos de Podemos, a los que se suman los movimientos centrífugos de las Mareas y demás comparsas que se han dado cuenta de que pueden tener vida propia sin Iglesias.
Dispersión del voto de Podemos que también beneficiaría al PP por el efecto de la Ley D'Hont, que prima a los partidos mayoritarios, hasta el punto de que la cuentas que maneja la dirección de Génova les darían "un mínimo de 130 escaños". Y si Ciudadanos supera, como parece, los 45, "pues las cuentas salen".
Por eso, el regreso de la Semana Santa ha sido el toque de rebato para que los populares hayan entrado de lleno en campaña electoral. Aunque de cara al público la obligación sea la de seguir insistiendo en esa coalición imposible con el PSOE, los motores del partido se han puesto en marcha y todos trabajan ya para preparar las nuevas elecciones del 26 de junio. De hecho, en algunas provincias se están perfilando ya las candidaturas, en las que figurarían la mayoría de los ministros actuales. A esa precampaña responden también el mitin de Sevilla y la entrevista en televisión del presidente.
Unas apariciones públicas en las que Rajoy y sus acólitos empiezan a tender puentes hacia Ciudadanos, en privado a través de los negociadores, y en público con propuestas programáticas. En esta táctica de acercamiento a los afines, que también están en alza en las encuestas, se enmarcan los anuncios de mejorar la conciliación familiar facilitando que las jornadas laborales finalicen a las 18 horas, fomentar la creación de bancos de horas en las empresas que permitan a los trabajadores flexibilidad en la entrada o salida, o cambiar el huso horario para utilizar el de Reino Unido y Portugal.
Una primera batería de propuestas sociales a las que en breve podría sumarse otra de mayor calado: la reforma de la Ley Electoral. "Cualquier reforma de los partidos será incompleta si no se acompaña de una reforma de la Ley Electoral acorde con el grado de madurez democrática que ha alcanzado la sociedad española", afirman altos cargos del PP, como el poderoso dirigente de los populares madrileños y el portavoz adjunto en el Ayuntamiento, Íñigo Henríquez de Luna.
Un acercamiento a Ciudadanos que, en principio, se estaría fraguando para después del 26 de junio. Porque en Moncloa y en la dirección de Génova están convencidos de que Sánchez no conseguirá ese pacto a tres para salir investido, aunque no por ello se descarta del todo.
El principal obstáculo para este acuerdo con las huestes de Rivera está en la condición tajante del líder centrista de que Rajoy no debe figurar en ese Gobierno en ningún caso. Aunque fuentes próximas al presidente en funciones indican que éste podría dar el paso a un lado y sacrificarse, pero siempre después de los comicios y de encabezar la candidatura popular.
En favor de las tesis populares juegan también el escepticismo de los barones socialistas, que ven "posible pero no probable" el acuerdo a tres; las declaraciones ayer de los Ciudadanos Rivera: "Creemos que no va a haber un acuerdo programático en el que nos pongamos de acuerdo en todo en un programa de Gobierno" e Inés Arrimadas: "Me preocupa que el PSOE vuelva a las andadas" y "vuelva a cometer el mismo error de defender referendos de autodeterminación". E incluso las de Pablo Echenique desde Podemos: "Todo el mundo se ha dado cuenta de que un Gobierno PSOE-Podemos-Ciudadanos es una quimera; son fuegos artificiales".
Y ha sido este nuevo evangelio de elecciones y de recuperación de parte del voto perdido el que ha promovido un cierre de filas, al menos de puertas para fuera, entre las filas populares. A eso responde la entente cordiale momentánea entre Moncloa y los jóvenes vicesecretarios del partido y hasta el pacto de no agresión temporal al que, me dicen, han llegado la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y la secretaria general, María Dolores de Cospedal, porque lo importante ahora "es salvar el barco" y eso exige remar todos en la misma dirección.