Mariano Rajoy tuvo el miércoles un arrebato de democracia interna. En un salón del Congreso repleto de periodistas ávidos de información sobre el resultado de la entrevista que acababa de tener con Albert Rivera, dijo que las exigencias sobre regeneración democrática y contra la corrupción que le planteaba el líder de Ciudadanos debía elevarlas al Comité Nacional del partido. Don Mariano daba así a entender que de ese órgano supremo del PP depende la respuesta a tales condiciones, lo que está muy lejos de ser cierto.
En realidad, el mencionado Comité tan solo se dará por enterado y nadie entre los populares alberga la menor duda de que allí se hará y se dirá lo que quiera Rajoy. El PP es un partido cesarista, donde su presidente ostenta un poder omnímodo que nadie se atreve a discutir.
Si el presidente en funciones invoca la reunión del Comité Nacional, es que quiere dilatar un poco más los tiempos. Ya perdió el mes de Julio en un supuesto "trabajo intenso" cuyos resultados no se vieron por ninguna parte y ahora se toma otra semana para formalizar la respuesta que le dará a Rivera. Una respuesta que no puede ser otra que la aceptación de las 'lentejas' ofertadas por los de naranja como la llave para abrir la puerta de las negociaciones que posibiliten el apoyo a la investidura de sus 32 diputados. Algo diferente carecería de sentido después de calificar la oferta como "una buena decisión para España".
El presidente sigue manejando los tiempos a conveniencia y exhibiendo una pachorra sideral mientras invoca "mayor celeridad" y la necesidad de "formar gobierno ya". Tal es su desparpajo en ese ejercicio de funambulismo que, cuando le preguntan los periodistas si dará una fecha para el debate de investidura como le exige Rivera, manifiesta sin cortarse que "ya veremos".
La impresión que Mariano Rajoy transmite es que la dilación le favorece para meter presión al PSOE y reblandecer su negativa en favor de la abstención. Será una presión aún mayor que la que sufría Ciudadanos y de la que ha logrado liberarse con un golpe de efecto magníficamente ejecutado que le permite desdecirse de sus categóricas posiciones presentándose como una formación capaz de poner por delante los intereses generales de España a los de su partido. "Hemos cambiado porque nada cambiaba" fue la respuesta brillante de Rivera cuando le preguntaban sobre los motivos de su giro copernicano. El malabarismo de Sánchez para salvarse de la quema
Un largo puente para Ferraz
No hay duda de que este puente de agosto se le hará muy largo a los dirigentes socialistas. Aún no ha aceptado oficialmente Rajoy la mano tendida de Rivera y ya empieza a pesar sobre Ferraz toda la responsabilidad del bloqueo político. Solo así se explica el silencio inicial que ha sido interpretado como desconcierto. En cuanto la negociación arranque, el incremento del pressing va a ser exponencial. Sánchez sin agenda, se atrinchera en su silencio
Encima de la mesa estarán buena parte de las propuestas que el líder de Ciudadanos pactó en febrero con Pedro Sánchez y que éste defendió en el debate de su fallida investidura. Un pacto que, tal y como mostró interés en recordar el propio Rivera, aprobaron en la consulta a las bases el 80% de los militantes socialistas.
La abstención será cada día más complicada de sostener. De no tener una alternativa a la investidura de Rajoy, y los propios dirigentes socialistas han sido rotundos al señalar que no la contemplan, solo caben dos posibilidades, o facilitar la investidura del candidato popular con una abstención o ir a terceras elecciones. Existe también la idea, un tanto alambicada, de esperar al resultado de las elecciones vascas por si el PP puede cambiar cromos con el PNV, junto al escaño que podría aportar Nueva Canaria. En cualquier caso, el diputado canario Pedro Quevedo, que acudió a las elecciones asociado con el PSOE, nunca daría el paso sin el permiso de Pedro Sánchez. Solo si Rajoy mantiene su actitud diletante habría que contemplar esta alternativa.
De una forma u otra, el PSOE ha de gestionar una encrucijada política de la que no puede escapar escondiendo la cabeza, por muy legitimado que esté a mantenerse en la oposición a un Rajoy de tan escasos merecimientos. Con 137 diputados puede sujetar la abstención sin mayores dificultades, con 170 es casi inviable.
Después de nueve meses de provisionalidad en el Gobierno, con las inversiones retenidas, los agentes económicos apretando, las autoridades europeas metiendo prisa, las agencias de rating señalando los botones de alarma y la gente harta, no hay quien lo aguante. "Si Rajoy se presenta con 170 escaños -dijo el socialista extremeño Fernández Vara hace un mes- quien es el guapo que le dice que no". En otras circunstancias tal vez, en las actuales no hay guapura que aguante ese tirón.