En rara ocasión dudamos en murmurar un "lo siento"cuando tropezamos accidentalmente con un desconocido o abrimos una puerta en el momento inapropiado. Estas disculpas son fáciles de pronunciar y generalmente son aceptadas con una respuesta como "No pasa nada". Pero la cosa cambia cuando éstas palabras se necesitan para rectificar un acto o una inacción verdaderamente hiriente.
En algunas circunstancias, pedir "perdón" o decir "lo siento" son expresiones que no nos permiten articular palabra. E incluso cuando se ofrece una disculpa con las mejores intenciones, puede verse seriamente menoscabada por el contexto en que está dicha. En lugar de erradicar el dolor emocional causado por la afrenta, una disculpa mal expresada puede dar como resultado más ira y un enfado duradero y socavar una relación importante.
La vida se expone a un montón de desafíos cuando se trata de disculparse, especialmente cuando pensábamos que teníamos razón o que la parte ofendida estaba siendo demasiado dramática. Una disculpa debe poner por encima a la persona que, por cualquier razón, se ha ofendido, antes que nuestra cabezonería de tener siempre razón.
Una disculpa sincera puede ser una poderosa medicina con un sorprendente valor tanto para el donante como para el receptor. Sin embargo, cometemos un error que marca un antes y un después en nuestra relación con la persona afectada.

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Es difícil asumir la responsabilidad directa e inequívoca de nuestras acciones
Mencionar "pero" después de una disculpa es lo peor que se puede hacer; es una excusa que contrarresta la sinceridad del "perdón".
Tampoco debería ser parte de una disculpa un "¿Me perdonas?". La parte ofendida puede aceptar la disculpa sincera, pero aún no estar preparado para perdonar la transgresión. El perdón, si llega, puede depender de una demostración futura de que la afrenta no se repetirá.
En cuanto a por qué a muchas personas les resulta difícil ofrecer una disculpa sincera y sin trabas, según el Doctor Lerner en New York Times, es porque, generalmente, siempre estamos a la defensiva. Es muy difícil asumir la responsabilidad directa e inequívoca de nuestras acciones. Se necesita una gran cantidad de madurez para poner a la otra persona por encima de nuestra imperiosa necesidad de tener razón.